Entrevista con Hernán Zin

La globalización es una herramienta que permite cambiar el mundo desde la raíz. Probablemente por primera vez, tenemos un recurso para llegar al individuo más débil; no aprovecharlo sería un modo lamentable de dejar pasar una oportunidad única. Venimos aquí para amar y compartir, es lo único que nos da paz. Un mercado que oprime a millones de seres humanos se vuelve contra ti.

Son palabras de Hernán Zin, autor de “La libertad del compromiso” (ed. Plaza y Janés), “Helado y patatas fritas” (Ed. Plaza y Janés) y “Un voluntario en Calcuta” (Ed. Temas de hoy), obras que activan el impulso genuino de ayudar a los demás, el instinto primordial de protección y defensa de los más débiles. Licenciado en Relaciones Internacionales, periodista y escritor, Zin tiene 34 años y la vitalidad de quien cree en lo que hace.

Aunque constata que nunca ha habido tanta diferencia entre ricos y pobres, y precisa que las 246 personas que más tienen acumulan tanta riqueza como la que está a disposición de 1.400 millones de seres humanos, “toda la gente de bien sueña con un cambio, desea sinceramente vivir una realidad más justa y equitativa” y entiende que se está produciendo una transformación, si bien aún no está en condiciones de ilustrarse en cifras.

En una entrevista con Fundación Ananta, Hernán Zin hace un llamamiento a la gente de empresa a poner en “bolsa de otros ideales”, especialmente si han comprendido que “la paz interior no tiene precio, porque indica que estás cumpliendo el fin último del ser humano: amar, compartir, dejar una impronta en el mundo no a través de la acumulación desmedida y la competencia, sino del amor y la generosidad”.

De familia de empresarios, Zin cree que este colectivo, si quiera podría ser el artífice del cambio que tanto necesita el mundo, “porque suele ser la gente mejor preparada: la que sabe gestionar y generar recursos”.

A su juicio, la globalización –cuyo comienzo sitúa en 1969 con la emisión televisiva mundial de la llegada del hombre a la luna, y su auge y esplendor a partir de 1989, con el Consenso de Washington y la caída del muro de Berlín- tras un primer boom económico que generó mucho entusiasmo en los años 90, ha demostrado en el siglo XXI que no está funcionando porque hasta ahora sólo ha dado flujo a la economía de mercado y al capital, y no a los valores humanos fundamentales. “Por puro pragmatismo, ese bienestar tiene que llegar a mucha más gente. Es importante en lo individual y en lo geoestratégico, porque un mercado que oprime a millones de seres humanos se vuelve contra ti”.

A su juicio, “vivimos momentos apasionantes. Por primera vez en la historia contamos con los recursos tecnológicos, científicos y financieros para asegurarnos de que no haya en el mundo una sola persona que pase hambre. Nuestro planeta parece haberse empequeñecido. Gracias a la revolución en los medios de comunicación y transporte, podemos decir que los seres humanos somos ya una gran familia. La globalización nos ofrece una oportunidad que no podemos dejar pasar”.

Zin entiende que recuperar ciertos valores espirituales podría ser la clave para hacer realidad este cambio; comprender que o material, por su carácter ilusorio y efímero, no puede ser un fin en sí mismo. “Lo importante en la vida pasa por dar y compartir; sólo cuando te animas a dar es cuando recibes. No se trata de una cuestión de generosidad y altruismo, sino de un egoísmo inteligente que nos conviene a todos, frente a otro más infantil y primario que parece primar”, Indica.

“En lo político, lo económico y lo humano, tanta desigualdad como la que ahora hay, resulta contraproducente, y tanto los ricos como los pobres estamos pagando sus consecuencias”, asevera Zin.

Al respecto, Zin añade que “la historia no ha terminado como pretendió Francis Fukuyama cuando en 1989 habló del fin de los enfrentamientos ideológicos, sino que parece haberse potenciado, ya que cada día tenemos la impresión de estar viviendo momentos decisivos, históricos”, por lo que hace un llamamiento a “ser conscientes de que cada paso que damos es fundamental”. “Si no tomamos medidas para hacer de este mundo un lugar más justo y seguro, se nos volverá en nuestra contra. En buena medida ya lo vemos con el terrorismo, con la inmigración, y la multitud de conflictos armados que hay. Una tercera parte de la humanidad está en guerra. También en el plano individual, se ven enormes niveles de frustración, depresión y ansiedad en Occidente”.

Zin fundó hace años la ONG Acción por la Infancia, con la que creó una docena de hogares y centros de formación para niños pobres, y cree que tiene mucho mérito quien “deja todo y se va”, pero opina que el reto, el gran desafío, es transformar el mundo “desde donde esté cada uno”, incluso “desde el individualismo en el que estamos todos, dándole la vuelta, positivizándolo”. Además de escribir en periódicos como La Voz de Galicia y El Mundo, Zin dirige documentales para televisión y campañas de educación, siempre en línea con sus inquietudes.

Además, tiene una página en la red: www.hernanzin.blogspot.com, dedicada a “dar voz a los marginados, los excluidos, los que se encuentran en el último peldaño de la escala social mundial, y a todos los que luchan por ayudarlos”, según reza la presentación de la propia web, y es el responsable del calendario solidario, dedicado este año a la mujer africana y el año que viene al desarme.

Zin, que ha vivido en India y en China, y que viaja constantemente a países desfavorecidos, cree que acercarse al que sufre “da sentido a tu propia vida” y asegura que los niños del tercer mundo “tienen brillo en los ojos”, mientras que los hijos del consumismo “están frustrados, no son felices”.

“Acercarnos a los que sufren, sobre todo es un buen negocio para nosotros. Los más desfavorecidos no olvidan ni un instante qué es lo importante”, asegura. “Y esto es fundamental para los ciudadanos de los países ricos, que entre tantos mensajes publicitarios y tantas prisas, confundimos siempre lo accesorio con lo esencial. Por eso nos frustramos y tenemos la sensación de que no estamos haciendo las cosas bien, aunque gozamos de niveles de vida altísimos y somos unos privilegiados”.

Aunque se autodefine como “ateo” en la medida en que rechaza “la capitalización de Dios y la manipulación de las religiones”, asegura que estamos en esta vida “de visita” y está convencido de que tener presente la muerte y asumir nuestra provisionalidad, nos ayuda a vivir con mayor claridad de ideas: en el último momento, ves que “lo importante es lo que hayas dado, lo que hayas amado, la solidaridad…”. En igual sentido, asegura que “si tienes insomnio, agitación o ansiedad es porque no das lo suficiente”.

Además de recomendar a la gente a que “se anime a dar, a ser el primero en dar porque la recompensa es enorme aunque sea difícil al principio”, aconseja también buscar momentos diarios “para estar solo, para mirar para adentro” para tratar de “no dejarse arrastrar por la corriente y buscar la paz interior”, y se muestra convencido de que con eso “se evitarían muchísimos problemas psicológicos”.

“Lo importante –dice Zin- es vivir hoy, estar presente ahora; no ayer ni mañana”. Cree que casi siempre “estamos ausentes” y con la “prepotencia” de pensar que estamos “organizando el mañana”, como si eso fuera posible, y apunta que “volver al presente, vivir el momento, el día a día, baja el nivel de ansiedad y nos permite disfrutar de los pequeños gestos y regalos de la vida que, en el fondo, son los más importantes”.

En la misma línea entiende que “es muy sano y muy sabio ir ligero de equipaje” porque eso “da la capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas”. Afirma que en Occidente “nos hemos vuelto muy vulgares y nos perdemos la poesía de la vida, porque necesitamos grandes manifestaciones para emocionarnos”, lo que no ocurre en los países pobres a los que viaja periódicamente.

Según su tesis, “nosotros les damos la ciencia, los recursos financieros, y ellos, que sí saben ser felices con poco, que no han perdido la sabiduría de lo cotidiano, nos pueden ayudar a recuperar todo lo que perdimos en pos de un desarrollo tan extraordinario como el que tenemos en los países ricos”. “Por eso abogo por el encuentro que la globalización propicia, ya que tanto ellos como nosotros tenemos mucho que ganar si nos acercamos, nos escuchamos y trabajamos juntos para terminar con la injusticia social.

A su juicio, los niños son “muy permeables” y en Occidente constituyen “el reflejo más claro del impacto negativo” que tiene nuestro modo de vida; “se les ve frustrados”, así que es nuestra tarea “abrirles a otras realidades, a otros tiempos”; “necesitan que les demos la posibilidad de otro tipo de mensajes”.

Con 18 años, Zin comprendió que su vida sólo podía tener un sentido cuando leyó un libro de filosofía oriental de su bisabuela –Julia Sanz, una española que emigró a Argentina, “una mujer superculta que en los años veinte hacía yoga y meditación”-. En él se catalogaba a los hombres en función del grado de empatía que desarrollaran hacia los demás. A él le marcó para siempre. El hombre-piedra, sólo empatiza consigo mismo; el hombre-vegetal, con su pareja; el hombre-animal, con su familia; el hombre-hombre, con la sociedad; y el hombre-Dios empatiza con todos los seres sin excepción.

Ahora, pese a los nefastos indicadores, Zin reconoce “un momento de cambio” y cree que quien se mete “en esto” es porque ve que “puede prevalecer ese Dios del ser humano”, pero entiende que él sólo puede “hacer las cosas lo mejor posible, ser mejor persona cada día” sin “esperar nada de los demás” aunque está convencido de que toda la “gente de bien” sueña con un mundo en cooperación, porque es en el que “todos ganamos”, frente al de la competencia, en el que “perdemos todos”. En el fondo, se trata de “egoístas inteligentes” que saben que ayudar a los demás trae mucha paz, como un día le enseñó el filósofo Fernando Savater.

Para Zin, es importantísimo incidir en mensajes de espiritualidad. Es una dirección que “reconforta” porque al año recibimos “seis millones de anuncios publicitarios en la dirección del egoísmo, el consumismo”. Piensa que en España hay aún “mucha gente muy deslumbrada” con los bienes materiales, aunque afortunadamente, también hay mucha otra que se ha dado cuenta de que el materialismo es “una carrera absurda” que confunde el fin con los medios.

Con respecto a las ONG, Zin destaca el trabajo de las pequeñas organizaciones porque cuanto más cerca estás del poder, más tienes que ceder y, aunque es importante que existan grandes organizaciones y valora su labor, “las pequeños son más puras porque no tienen que hacer concesiones”. “Cuando se instrumenta el cambio desde el poder, se genera pasividad, pero cuando es desde abajo, el poder real aumenta”, por eso “hay que generar una ola de autoestima y apostar por las pequeñas iniciativas”.

Probablemente, desde esa confianza en “lo pequeño” y desde su oposición a un mundo “cada vez más virtual”, escribe sus libros y crea los mensajes de su agencia de comunicación: “cuento historias de personas. Una narración en primera persona tiene más fuerza que las grandes cifras”, en el fondo porque “cuando te acercas a otro ser humano te acercas más a ti”.

“Si todos los miembros de esta familia global, nos ponemos, donde nos haya tocado esta, a trabajar en pos de una realidad más justa, el mundo no va a hacer otra cosa que cambiar, y ser finalmente ese lugar en paz que tanto anhelamos”.

Lola Bastos
La Redacción
Fundación Ananta

SUS LIBROS

La libertad del compromiso. Cambiar tu vida para cambiar el mundo
Cuenta en siete capítulos el testimonio de otras tantas personas que abandonaron su vida confortable en occidente para ayudar a los demás, a los más pobres, al margen de las grandes organizaciones. Ahora son más felices.
En un último capítulo ofrece entrevistas que mantuvo con gente que ha marcado su trayectoria, entre ellos, Ramiro Calle, Dominique Lapierre, y Fernando Savater, entre otros.

Helado y patatas fritas
Promotor de una campaña internacional contra los pederastas y de ayuda a las víctimas, este libro es el resultado de una investigación sobre el turismo sexual en Camboya, adonde acuden europeos para llevar a cabo sus fantasías con niños de cuatro y cinco años.

Un voluntario en Calcuta
Tras varios años recorriendo el mundo como periodista, Hernán Zin llegó a Calcuta para entrevistar a la Madre Teresa. Su vida cambió. Dejó el periodismo y comenzó a trabajar junto a los más pobres entre los pobres. “Un voluntario en Calcuta” recoge un conjunto de retratos, historias y reflexiones de los tres años que Zin pasó en la Ciudad de la Alegría.