Sol, 40º a la sombra, días largos, bermudas, cerveza, niños en casa… ¡estamos en verano! Y en esta época esperamos ansiosos la llegada de las vacaciones: unos cuantos días, que siempre parecen pocos,  sin tener que acudir al puesto de trabajo, dejar de madrugar, relajarse en la playa o en la montaña, convivir en familia, hacer actividades que nos gustan y  frecuentes  excursiones al chiringuito, además de disfrutar del fresco de la noche. Para eso son las vacaciones, descansar, reponerse, relacionarse, bajar el ritmo y disfrutar… un saludable paréntesis de bienestar.

Sin embargo, una mirada alrededor me devuelve un panorama bien distinto: poca tranquilidad, malhumor, caras serias, escasas tertulias de amigos o familiares y falta de diversión. Aprecio que, a pesar de que, efectivamente, la mayoría de los trabajadores del país estamos de vacaciones y las playas están a rebosar, las carreteras y aeropuertos atestados y los chiringuitos llenos, somos los “mismos perros, con distintos collares”. Las caravanas ahora son para ir y volver de las playas; los niños, con 3 meses sin colegio, van de “mano en mano” de cuidadores, como la falsa moneda; conviene darse prisa para coger unos metros de arena donde desembarcar sombrilla, hamacas, mesas y neveras y, como algo tenemos que hacer con tanto tiempo libre, nos apuntamos a clases de padel, vela, windsurf, equitación o inglés y, tras una ducha rápida, cena y copas en alguna terraza… Nos acostamos tarde y agotados para volver a empezar al día siguiente. ¡Vaya vacaciones! Y para colmo para nuestros hijos es igual. Quizá sea tiempo de recuperar las vacaciones y que nuestro verano vuelva a ser “verano azul”.

Mi propuesta es que empecemos por ser conscientes de que unas fechas de calendario y unas palabras no cambian nada y de que todos podemos disfrutar verdaderamente de vacaciones, con independencia de que tengamos o no días libres en el trabajo, dispongamos o no de un dinero extra o viajemos o nos quedemos en nuestra ciudad. Lo único realmente imprescindible es contar con una “actitud de vacaciones”.

Por propia experiencia puedo afirmar que el mayor tesoro que todos poseemos es nuestra manera de pensar: la libre elección de nuestros pensamientos y creencias, los ojos con los que miramos el mundo, la respuesta personal a lo que sucede, tengamos o no control sobre ello y ser el “cochero de nuestro carro mental”. Cuando nos damos cuenta de que verdaderamente está en nuestras manos la alegría, el amor, la riqueza y el bienestar de nuestra vida, con independencia de las circunstancias, cada vez vemos más pruebas de ello, lo que nos lleva a reafirmarnos y seguir actuando en consecuencia… nos sentimos bien, felices y nuestra vida tiene sentido, con independencia de con quién estemos, dónde nos encontremos y que hagamos.

Si nuestros pensamientos y creencias cambian, si elegimos diferente, nuestro alrededor también cambia. Es perfectamente comprobable: vayas donde vayas, hagas lo que hagas y estés con quién estés, ¡te llevas siempre contigo!  Hacer miles de kilómetros, contar con una abultada billetera, ir de crucero o hacer todas las actividades de moda nunca asegurará el sentimiento de alegría, plenitud, tranquilidad o agradecimiento. El enfado, la envidia y el resentimiento por no tener medios para hacerlo, tampoco. En cambio, una mente llena de buenos pensamientos, el propósito de buscar lo bueno de todo y en todo, dar gracias, el buen ánimo y el entusiasmo, sí.

Si nuestra actitud mental es positiva, entusiasta y abundante nos levantaremos alegres e ilusionados ante el día que nos espera, haremos lo que en verdad nos apetezca, aunque no esté de moda o no sea lo usual, estaremos a gusto compartiendo con las personas que elijamos, sentiremos paz, contento y satisfacción, donde estemos, como estemos y con quienes estemos, en una playa paradisíaca, en la de mi barrio o en la plaza del pueblo, viajando o disfrutando de un helado en la esquina… Entonces si podremos decir ¡que bien, estoy de vacaciones!!

Ana Novo
www.creoycreo.com