Tony Blair acaba de publicar sus memorias. El tema es uno de los asuntos de la portada del Financial Times de hoy. Insiste este periódico en que las memorias de Tony Blair no contienen disculpa alguna por la invasión de Irak, basada en falsedades. Blair defiende la decisión de invadir Irak, aunque en sus memorias habla sobre su “angustia” sobre las muertes que provocó y señala que piensa en las víctimas “cada día de su vida”. Y añade: “Puedo decir que nunca anticipé la pesadilla que ocurrió y que esto es también parte de la responsabilidad”.
Los políticos deciden sobre la guerra y sobre la paz con una frivolidad asombrosa. La ligereza de Blair es buen ejemplo de ello, pues “nunca anticipó la pesadilla que ocurrió”. ¿Es que acaso no había leído historia? ¿Es que acaso no había leído sobre el brutal sufrimiento que las guerras producen a millones de inocentes, sobre las muertes horribles y las mutilaciones de por vida? La pesadilla que ocurrió no era difícil de anticipar, pero Blair no vio nada.
Porque las consecuencias de una guerra son muy fáciles de anticipar: destrucción, horror y muerte infame para los civiles y para los soldados. Y enormes (y también obscenos) beneficios para las compañías que fabrican armamento.
Blair debería haber anticipado todo ello. No lo hizo. Ahora le duele tanta muerte inútil, tanto sufrimiento. Pero es tarde para corregir.
Que su error y su soberbia sirvan de reflexión a los políticos en futuras decisiones sobre la vida y sobre la muerte.