La formación islamista parece seguir la política del paso a paso que en su día adoptara Fatah tras constatar la imposibilidad de imponerse a Israel en el terreno de batalla. Si bien es cierto que su programa electoral no renunció a sus credenciales islámicas -«nuestras posiciones en lo que se refiere a los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales están basadas en el Islam»-, también lo es que abrió la puerta al empleo de la vía política al señalar que debían emplearse «todos los medios» para liberar el territorio ocupado. Esta posición contradecía su Carta fundacional -«no hay otra solución a la cuestión palestina que la yihad»-, lo que demostraría que dicho documento, citado hasta la saciedad por algunos analistas (que probablemente desconocen otros más recientes y de mayor relevancia publicados en árabe), ha quedado obsoleto. Como subrayara de manera acertada el diplomático Alberto Ucelay, «la Carta de Hamás es un documento más retórico que político, que tiene escasa o nula relevancia en la vida cotidiana del movimiento».
La apuesta de Hamás por el juego político aceleró el debate interno en torno a cuáles serían las fronteras aceptables del futuro Estado palestino. El 4 de abril de 2008, el máximo responsable de la formación, Jaled Mashal, manifestó al diario Al-Ayyam: «Los palestinos hemos adoptado una posición en torno al establecimiento de un Estado dentro de las fronteras de 1967, incluido Jerusalén Este. Los americanos y europeos deben tener en cuenta esta realidad y juzgarnos en consecuencia». Por si no hubiera quedado lo suficientemente claro, Mashal manifestó el 4 de mayo de 2009 a The New York Times: «Prometo a la Administración de Obama y a la comunidad internacional que seremos parte de la solución y no del problema. Somos partidarios de un Estado en las fronteras de 1967 y de una tregua de largo alcance con Israel».
Lo anteriormente dicho no implica que Hamás tenga intención de abandonar las armas. Sus dirigentes no se cansan de repetir que las mantendrán hasta que consigan un cierto equilibrio con Israel. En este sentido es oportuno recordar, como ha hecho Haim Malka, que para Hamás «no existe contradicción entre la actividad política y militar, ya que ambas van de la mano y forman parte inseparable de la resistencia. De hecho, el movimiento cree que la acción militar y la resistencia fortalecerán la posición política y negociadora palestina». En ello se asemeja a Hezbolá, que se ha integrado exitosamente en la vida política libanesa (disponiendo incluso de capacidad de veto sobre las decisiones del Gobierno de Saad Hariri) sin renunciar a sus milicias.
Pese a este incuestionable avance, la comunidad internacional no ha variado su posición hacia Hamás. Tras su victoria electoral en 2006, el Cuarteto estableció un cordón sanitario en torno al Gobierno islamista fijando tres condiciones para su reconocimiento: abandono de la violencia, reconocimiento de Israel y aceptación de los acuerdos firmados. Ni los actores regionales -Arabia Saudí, Egipto y Jordania- ni tampoco Estados Unidos ni la Unión Europea tenían demasiado interés en el éxito del experimento islamista. De ahí su tibia respuesta a las campañas militares israelíes -Lluvia de Verano en 2006 y Plomo Fundido en 2008, en las que murieron 1.800 palestinos en su mayoría civiles- y ante el bloqueo que padece la Franja de Gaza y su millón y medio de habitantes, encerrados en una prisión a cielo abierto desde hace cuatro años.
De hecho, el bloqueo israelí y el boicoteo internacional representan dos caras de la misma moneda porque, en definitiva, persiguen el mismo objetivo: asfixiar a Hamás en su feudo de Gaza. Como destacara el prestigioso Internacional Crisis Group, «la estrategia de Estados Unidos (y, en menor grado, de los europeos) se basa, por un lado, en la contención, frustrando el Gobierno de Hamás pero evitando una crisis humanitaria, y de manera simultánea, en la preparación del terreno para un contragolpe popular. El objetivo sería enviar un claro mensaje a Hamás, a los palestinos y a la región en su conjunto: la ideología de la organización islamista y sus prácticas no tienen espacio».
Aunque dicha estrategia no ha dado los resultados esperados (más allá del conato de guerra civil de 2007), no parece que vaya a revisarse. De hecho, el Cuarteto, capitaneado por Estados Unidos y con la UE de comparsa, continúa vetando la creación de un gobierno de unidad nacional palestino, lo que dificulta la reconciliación entre las distintas facciones. Otro motivo de preocupación es el apoyo occidental a la prolongación de los mandatos del presidente Mahmud Abbas y el primer ministro Salam Fayyad, a pesar de que expiraron hace ya varios meses, con el consiguiente déficit de legitimidad que arrastran a la hora de adoptar decisiones importantes en el proceso de paz.
Ante esta coyuntura es pertinente preguntarnos si el boicoteo a Hamás debe mantenerse de manera indefinida o, si por el contrario, debe ser revisado para reforzar a sus sectores más pragmáticos y fortalecer su estrategia gradualista. Ante un dilema similar, las Naciones Unidas apostaron por el reconocimiento de la OLP en la década de los setenta, lo que llevó a la central palestina a alejarse de sus posiciones maximalistas e incorporarse, años después, al proceso de paz.
En un contexto en el que el presidente norteamericano Barack Obama ha mostrado su disposición a dialogar con los talibanes afganos y los insurgentes iraquíes, cuesta entender el veto de la Casa Blanca a Hamás, que nunca ha atentado contra intereses americanos. Más chocante es la actitud de la Unión Europea, que apuesta por la solución de los dos Estados pero que ha sido incapaz de adaptarse a la nueva repartición de fuerzas existente sobre el terreno, lo que le ha llevado a identificar a Hamás (y no a la ocupación israelí del territorio palestino) como el principal obstáculo del proceso de paz. Miguel Ángel Moratinos, que visitará la Franja de Gaza en septiembre, debería valorar si ha llegado el momento de cerrar de una vez este círculo vicioso y también barajar la posibilidad de encontrarse con los islamistas, como ya ha hecho algún otro diputado socialista español.
Dos décadas después del inicio del proceso de paz parece claro que una de las principales razones de su fracaso fue la falta de apoyos en Israel y los Territorios Ocupados. Si es difícilmente imaginable un acuerdo en torno a la creación de un Estado palestino sin contar con un amplio consenso político israelí (en el que, inevitablemente, tendrá que tomar parte el Likud), tampoco puede concebirse que Hamás (que, nos guste más o menos, representa a una parte significativa de la población palestina) sea marginada. Como la experiencia ha demostrado, los acuerdos sobre el papel difícilmente se traducirán en una paz real de no contar con un vasto respaldo popular.
Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y autor del informe ¿Es todavía viable un Estado palestino? (Fundación Alternativas, 2010). Publicado en EL PAis el 23-08-10