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Aventurero cuerdoMe apasiona la peripecia cooperativa de Cancelo. Comienza con un ingenuo “cada trabajador aporta lo que tiene y recibe lo que necesita”… Insensato, porque hay empresarios aprovechados, pero ¡menudos son también algunos compañeros! Rectifica de asamblea en asamblea. Imaginen la astucia necesaria: “Yo era elegido por mis subordinados, que después tenían tanto poder de voto como yo”. Y madura: “Lo que es de todos no es de nadie si antes no inculcas un concepto de propiedad solidario”. Hasta perfeccionar una estructura productiva alternativa, que hoy emplea a 60.000 cooperativistas. La aventura era muy loca, pero el aventurero Cancelo estaba muy cuerdo. Y en equipo. |
Yo soy de pueblo. Nací en La Puebla de Sanabria, pero crecí en Lubián, que viene de lobo y cada invierno quedaba aislado por la nieve; y, sin tele ni cine ni radio, no teníamos más distracción, gracias a Dios, que leer en familia cada uno su libro con los pies arrimados al brasero.
Bella estampa.
Aún hoy agradezco aquellas privaciones, que fueron riqueza al fin, porque me convirtieron en el gran lector que siempre he sido.
Y además estudió usted.
Lo que pude, por libre. La primera vez que fui al cine en Zamora le di al portero el programa en vez de la entrada y él, sorprendido, me espetó: “¡¡¡Es usted de pueblo!!!”. Yo, muy inocente, le entendí mal y le contesté: “¿Cómo ha sabido que soy de La Puebla?”.
¿Qué estudió?
No había dinero para grandes carreras, así que estudié para ATS en Valladolid y luego me fui tras un trabajo a Eibar. Allí entré en contacto con los Ejercitantes de Arrate, un grupo de apostolado cristiano.
Por entonces arrasaban los Beatles.
Pues nosotros nos levantábamos a las seis de la mañana para rezar el rosario con los brazos en cruz y después ayudábamos a construir viviendas para los barraquistas.
Buen ejercicio.
Además, formamos un grupo para estudiar teología, filosofía y sociología, de ahí que le pusiéramos el acrónimo Tefiso.
¿Quiénes eran los tefisos?
Chavales con inquietudes. Por allí vinieron además Mario Onaindia o Pello Sarasketa, de los que después sabríamos por la prensa que los habían detenido por etarras.
¿Aparte de estudiar qué querían?
Dar una alternativa al capitalismo. Montar una cooperativa. Vino al padre Arizmendiarrieta a explicarnos las cooperativas de Mondragón, pero nos pareció… ¡poco revolucionario! Así que decidimos aplicar el principio cada trabajador aporta lo que tiene y recibe lo que necesita, y montamos una empresa a la que yo mismo aporté 50.000 pesetas. Menos mal que rectificamos…
Mondragón es hoy caso de estudio.
Al lector le sonarán marcas como Fagor, y lo que explico ahora es el nacimiento de Eroski. Surgieron del personalismo cristiano de Mounier y Maritain, que postulaban que los trabajadores –no el capital– fueran propietarios y gestores de los medios de producción.
¿Por qué acabó usted en el consumo?
Un amigo me propuso ser gerente de una cooperativa de consumo en Eibar y logramos unirla a otras ocho, y así nació Eroski. Empezamos estimando una facturación de 220 millones de pesetas para 1970 y yo les propuse llegar a los 1.000 millones en 1975. Hacíamos planes quinquenales.
Muy ambiciosos…¿Funcionaron?
Ahora me doy cuenta de que si al principio hubiéramos sido muy prudentes, ya no existiríamos. Pero, sí, rebasamos aquel objetivo y facturamos 1250 millones en 1975.
Pese a sus peculiaridades cooperativas.
Por ejemplo, que el sueldo del mejor pagado, el presidente, fuera, como mucho, el triple del peor pagado: progresar con ese modelo requería muchísima negociación…
Inacabable, imagino.
Bueno, tienes que aprender a vivir en sosiego en el desasosiego. Y suplir la falta del mayor incentivo del capitalismo: la maximización individualizada del beneficio. Nosotros repartíamos los beneficios. Así que había que lograr que estimularan a todos.
¿No había otras compensaciones?
El equipo. Nos formamos, cooperamos, trabajamos juntos… Y la mayor parte de los beneficios –el 90 por ciento– se reinvertían una y otra vez: en vez de monetarizarse en retribución individual, se capitalizaban para reinvertirlos en el proyecto comunitario.
¿Cuál era el modelo de gestión?
Fuimos creando el nuestro. Le citaré la dirección participativa por objetivos, que nosotros aplicamos, pero de abajo arriba.
¿Y el comercial?
El hipermercado francés fue referencia valiosa, pero viajábamos constantemente y aprendíamos en toda España y Europa.
Dudo que su presidente cobre hoy tan sólo el triple que un humilde becario.
Hoy la relación es un 1/8,8, que tras los impuestos se queda en un 1/5. Pero le aseguro que yo mismo no me he llevado nada tras presidir Mondragón. Allí se queda el valor que he creado –con todos– para todos.
¿Y para usted?
Yo tengo suficiente con lo que tengo.
¿No se les iban los mejores profesionales a empresas donde les pagaran más?
Claro que se fueron algunos. Me daban mil razones y al final yo les decía: “Bueno, chico, que te pagan más”. Y lo admitían. Lo curioso es que luego muchos de los que se marcharon por cobrar más fueron a empresas de la competencia que después hemos comprado.
¿Se equivocaron?
Tú eres bueno o malo no en solitario, sino dentro de una determinada organización. Si cambias de empresa, ya no eres –para bien o para mal– el mismo profesional.
Después de presidir el despegue de Eroski le llamaron de la casa madre.
Fui presidente de la Corporación Mondragón, que incluye a Eroski, desde 1995 hasta el 2001. Le daré el dato que me enorgullece: cuando entré a presidir teníamos 28.000 cooperativistas. Al irme, éramos 60.000.
Veo que sabe crear empleo.
Porque sé que es más que un sueldo. Es la mejor razón para vivir: ser útil.
Autor: Lluís Amiguet. Publicado en La Vanguardia el 13 de enero de 2011.