No necesita adornos ni maquillaje. Su sencillez, su sentido del humor y su dulzura hacen de ella una mujer muy atractiva, sin edad. No necesita doctorados, su humildad y su plena entrega durante 45 años a la educación de los niños tibetanos en el exilio, como responsable del Tibetan Children’s Village, la han convertido en una experta en las necesidades humanas desde la infancia. Siempre llamó a todos los niños por su nombre y ellos la llaman Ama La (madre respetada). Como todos los tibetanos, ha pasado y pasa por situaciones muy dolorosas, pero no tiene cicatrices. Ha dado una conferencia sobre Educación: valores humanos para la paz y la no violencia, en la Fundació Casa del Tibet.
Tengo 70 años. Nací en Lhasa (Tíbet) y vivo en Dharamsala (India). Estoy casada por segunda vez. Tuve tres hijos. Mi hija pequeña falleció hace 5 años, iba a cumplir 36. Tengo un nieto. Mi principal aspiración es que su santidad el Dalái Lama pueda volver a Tíbet. Soy budista.
Mi infancia transcurrió en un Tíbet feliz y en una familia feliz pese a que mis padres, humildes campesinos, tuvieron dieciséis hijos y sólo sobrevivimos siete.
Todo cambió cuando reconocieron a su hermano como el XIV Dalái Lama.
Sí, a él se lo llevaron al palacio de Potala, y a mi familia, a una gran casa en Lhasa donde nací rodeada de lujos y sirvientes. Pero a los 9 años mi madre (mi padre murió cuando yo tenía 6) me envió a un internado de monjas católicas en India, donde viví hasta los 20 años.
¿Cuándo fue la primera vez que vio al Dalái Lama?
No intimé con él hasta los 16 años, cuando le acompañé a un viaje por India de dos meses y medio. A partir de entonces tuve claro que debía servir al pueblo tibetano.
Usted no quería, pero acabó convirtiéndose en la madre de Tíbet.
Yo quería trabajar junto al Dalái Lama. Mi hermana mayor se encargaba de las aldeas de niños tibetanos en el exilio, colegios, capacitación vocacional, hospedajes juveniles, hogares para ancianos…Pero mi hermana murió y el Dalái Lama me pidió que la sustituyera. Había mucho que hacer.
Pero no era su elección…
Para el budismo, lo importante es sacar el mayor provecho del ahora. Esa forma de pensar hace que la vida se convierta en algo más sencillo.
Ha vivido usted muchas muertes.
Cuando empecé a trabajar con niños, muchos morían porque llegaban en muy malas condiciones al exilio. Yo era muy joven y lo pasaba muy mal. Luego murió mi marido en un accidente de coche, y luego mi hija a los 35 años. Fue muy difícil.
¿Qué le ayudó a superarlo?
Todo el mundo que me rodeaba había pasado por tragedias en su vida, y lentamente aprendes a aceptarlo. Los budistas creemos en el renacimiento, así que morir no es el final, sino otro principio, y eso ayuda.
¿Y nunca ha dudado de la ley del karma?
Por supuesto. A mí me da aliento vivir una vida útil, con objetivo. Si has intentando hacerlo lo mejor que has podido, al final de tu vida todo cobra sentido.
Entonces, ¿hay que esperar?
No, hay que perseverar. Las muertes por las que he pasado han sido los momentos más difíciles de mi vida, pero me hicieron más fuerte, me hicieron crecer. Cuando logras superar esos descalabros, entiendes que ya nada va a poder contigo y llegas a estar en paz contigo misma, y esa paz es lo que me parece más importante.
¿Cuál es el camino?
Ser menos egoísta. Si puedes pensar más en los demás, tus problemas se minimizan. Si eres menos egoísta, no tienes tantos aferramientos, y eso te da paz. Pero es muy importante aprender a conocerse uno mismo.
¿Cómo?
Creo que los retiros son muy útiles, esenciales. No todo el mundo puede hacerlos, pero todos podemos encontrar unos minutos al día para pensar si nuestro día ha sido útil.
…
Pero la gente está muy ocupada, no tiene tiempo para lo fundamental. Si miras atrás y analizas en qué has estado tan ocupado, puede que empieces a reírte de ti mismo, porque todo lo que hacías quizá no tiene ningún sentido o no tiene importancia. Pero has de encontrar el tiempo para mirarte.
Entiendo.
… Y este no es un consejo budista, es un consejo de anciana, porque cuando era joven no pensaba de esta manera. Si lo hubiera hecho, ahora sería más sabia.
¿Era impulsiva?
Sí, y tenía mal carácter. Todos a mi alrededor decían: “Hay que darle rápido el té, porque si no se va a poner nerviosa”, ja, ja, ja.
¿Le gustaba ser ministra?
No, nada, yo quería estar con los niños. Siendo ministra pierdes el contacto con las cosas del día a día, con la gente, y no llegas a entender qué es lo que realmente necesita. Pedí cuatro veces al Dalái Lama la dimisión.
¿Qué ha sido lo mejor?
He visto niños discapacitados convertirse en artesanos maravillosos; ver que sus vidas tienen sentido me hace muy feliz.
¿Qué se debe enseñar a los niños?
Lo esencial es ganar su confianza y ayudarles a aprender a sacar lo mejor de sí mismos. Si lo consigues, todo va como una seda.
¿Y cómo se hace?
Teniendo un sistema educativo muy holístico que haga que los niños puedan pensar por sí mismos, se encuentren a sí mismos y confíen en ellos mismos.
¿Qué está descubriendo en la vejez?
Por fin puedo asistir a las enseñanzas de su santidad y tener una comprensión más profunda del budismo. Estoy aprendiendo a hacer las cosas sin presión; mi tiempo está en mis manos y disfruto de esa libertad.
¿Qué merece la pena en la vida?
Su santidad dice que es muy importante buscar la felicidad en la vida, ser feliz. Y para eso tienes que preguntarte cuál es el objetivo en tu vida y buscarlo. Para mí, la felicidad ha sido servir a los niños; de manera que al final de mi vida miro hacia atrás y veo un camino con sentido.
¿A través de los otros?
Cuando miro a mi alrededor y veo jóvenes felices, me siento feliz, sí. Vivir en armonía con los demás me parece esencial.