El autor en castellano de más éxito propone vivir sirviendo al amor y sin miedo
11-Febrero-2008
Ha recibido más de 5.000 cartas de sus lectores y lo dice como si recordara las lecciones que ha extraído de ellas. El éxito de Alex Rovira (Barcelona, 1969) como escritor es acorde con su devoción por el lenguaje y por la comunicación. “La palabra que nace del corazón –dice- cura las enfermedades del alma y del cuerpo y, por lo tanto, puede curar perfectamente el planeta”.
En esta entrevista con Fundación Ananta, Rovira deja ver una inmensa fe en la evolución humana y planetaria, y muestra entre otras convicciones que la alegría surge cuando ponemos la propia vida al servicio del amor, que la felicidad nace de dentro cuando se intenta ser útil a los demás, generando actitudes que transforman la existencia; confiando, sin miedo, entendiendo que la vida es una aventura…
“La brújula interior” es el primero de sus libros y al que concede más valor. Lo escribió a la salida de una depresión profunda, la misma que le hizo cambiar de vida y dedicarse al desarrollo personal en lugar de avanzar en una carrera sin fin como economista. Lo ha visto traducido a catorce idiomas y se han vendido medio millón de ejemplares. Es una cifra pequeña si se compara con “La buena suerte”, con más de cuatro millones de libros en cuarenta idiomas.
“Los siete poderes” y “El laberinto de la felicidad” en doce idiomas los dos y con un volumen de ventas de más de medio millón y de cien mil libros respectivamente, completan hasta el momento su obra, cuyo componente espiritual está exento de dogmas, credos y clichés.
En su discurso, salpicado de citas con las que parece querer ceder a otros la fuerza de sus argumentos, insiste en que el maestro verdadero está dentro de cada uno. No cree en los iluminados sino en estados de lucidez, y lamenta que las religiones den más valor a jerarquías y formalismos que a la liberación y a la paz interior.
Alex Rovira reza muy a menudo; da clase de Economía en la escuela de negocios ESADE, tiene un programa semanal en la Cadena SER, es colaborador frecuente en El País y este invierno intervino en un reportaje de TVE sobre “Las nuevas utopías”. Su inquietud por la búsqueda de las cuestiones que considera esenciales encuentra en él el soporte de quien conoce las leyes de lo material, y la fluidez de quien disfruta comunicando. Quizá por eso su presencia como conferenciante interesa en tantos foros. Todo encaja para que hayan contado con él en la preparación de un programa televisivo que verá la luz este mismo año…
Fundación Ananta: ¿Es posible otro mundo?
Alex Rovira: Desde luego, sobre todo si lo creemos, si vemos la posibilidad de regeneración y le damos fuerza. No será fácil, pero lentamente iremos desarrollando una mayor conciencia, simplemente por un sentimiento de supervivencia. Incluso quienes no tengan esa conciencia actuarán más equilibradamente por la presión del entorno. Yo confío en que esto va a ir a mejor, porque algo se está moviendo. Seguro que va a haber conflictos, forma parte de la naturaleza, de la vida, pero tengo mucha esperanza.
FA: ¿Hasta qué punto todos podemos aportar algo?
AR: Toda persona es profundamente creativa si actúa sin miedo; el miedo es el mayor inhibidor de la creatividad, así que consiste en desarrollar la confianza, actualizando el propio potencial. La persona que se siente fuerte, no por lo que tiene, sino por lo que es, confía, no desde la ingenuidad, sino desde la profunda seguridad que le da saber que lo peor que le puede pasar es morir sufriendo, pero que la vida es una aventura o no es nada. Desde ahí, se despliega un potencial creativo impresionante. A partir de ese despliegue, esa creatividad es necesariamente armónica porque parte de un respeto profundo a la vida. Desde ahí se busca el equilibrio, se busca la armonía, se busca la paz y el bienestar, se busca el que todos ganemos.
FA: ¿Cómo se vence el miedo?
AR: Cuando le preguntan a un moribundo qué haría si volviera a la vida, además de ponerse en paz con sus seres queridos, contesta. “me habría arriesgado más”, según cuenta Elizabeth Kübler-Ross. El dragón del miedo parece que te va a matar, pero cuando le miras a los ojos te das cuenta de que eres tú mismo; y cuando te acercas a él, se convierte en un unicornio, que es símbolo de la libertad, el que te guía hacia ti mismo. Al miedo no hay que vencerlo, hay que convencerlo. Porque lo que niegas te somete, pero lo que aceptas, se transforma. Si tú hablas con tus miedos, muchas veces te das cuenta de que ocultan un deseo al revés. Asumir el riesgo es probar a ganar.
FA: ¿Y cuál es el camino para alcanzar la armonía?
AR: Pasa por la consciencia y el amor, que son lo mismo, porque quien es consciente ama, y quien ama quiere conocer más; es una espiral que se retroalimenta. Y la acción en la que se encarna está revestida de lo creativo y lo armónico de quien ama y conoce. Lo decía Paracelso. Y ahí nace un profundo sentimiento de realización (la palabra “realización” es muy bonita porque nos lleva a dos dimensiones: en inglés, realize, es darse cuenta, y además implica actuar en lo real, actuar en la materia); el cielo y la tierra; como es arriba es abajo; es el Kybalion. Finalmente somos canales de una voluntad superior, de Brahma, de una consciencia divina.
FA: ¿Hay que ser creyente entonces para comprender esa importancia?
AR: Aunque no creas en nada, porque no lo has vivido –el Misterio no se puede transmitir sino experimentar en primera persona-, desde una dimensión agnóstica y humana, sin duda, es mucho mejor hacer de este mundo un lugar más habitable. Como decía Oscar Wilde -o Benavente de otra manera-, “quizá el egoísmo más inteligente consiste en intentar que los demás estén muy bien para que tú puedas estar mejor”. Aunque ésta sea una propuesta de mínimos, señores empresarios, tomen nota.
FA: ¿Hay algún signo esperanzador en este momento?
AR: Decía Paul Éluard que “hay otros mundos pero están en éste”. Es verdad: en nuestra realidad conviven muchísimas realidades de diferentes signos, de diferentes talantes, pero lo que está claro es que hay una masa crítica de personas cada vez mayor que está buscando una dimensión psicológicamente sana, espiritualmente profunda, ecológicamente integrada… Esta propia conversación es fruto de un conjunto de hilos, de contactos entre personas que actúan en la consciencia, en la cooperación y en el amor…
Y, en otro ámbito, estoy muy contento de lo que está pasando en EE.UU con (el senador por Illinois y candidato demócrata Barack) Obama y espero que la consciencia de las relaciones lleve a elegir gobernantes que, más allá de ser pequeños psicópatas y grandes narcisistas, sean buenas personas.
FA: Proliferan los encuentros de corte espiritual, ¿es otro indicador?
AR: Hacen falta espacios de reflexión, de intimidad. Me gusta el concepto de “islas de sentido”…me refiero al espacio que se genera en un encuentro de varias personas con una visión compartida, con un interés por hablar de lo esencial. Es frecuente dejar lo esencial para después del funeral. Cuando dejas de aplazarlo y lo abres a la vida, intentando hacerlo con rigor y respeto, sobre todo a la dignidad del otro, pues eso convoca, porque hay una profunda sed espiritual que llama a ser saciada.
FA: Parece necesario revisar el concepto de prosperidad…
AR: La prosperidad es un estado de consciencia; lo que creemos es lo que creamos, y toda manifestación en lo real no es más que la manifestación de un proceso psicológico consciente o inconsciente. En la medida en que somos capaces de tomar consciencia de cómo funcionamos y cómo nos vinculamos con el otro, y de que podemos elegir en todo momento nuestra relación con el otro, podemos construir proyectos mucho más estables, sólidos, sanos, positivos, prósperos, ecológicos. Hace falta desarrollar la consciencia, que es la capacidad de comprender, la capacidad de ver, la capacidad de servir, la capacidad de amar. La prosperidad pasa por desarrollar una visión sistémica-holística de la realidad.
FA: ¿Cómo se explica esa relación entre la consciencia y la abundancia?
AR: El trabajo hacia la prosperidad pasa necesariamente por el trabajo hacia la propia consciencia: conocerte, reconocerte y ver que llega un momento que esa frontera que se llama “yo” se diluye, no existe, es arbitraria y puramente conceptual; que es un “nosotros” lo que existe, que no hay nada que esté separado y que precisamente eso te exige un compromiso en la medida de tus capacidades y de tus talentos, de tus recursos, para mejorar las condiciones de vida de este planeta en el que te ha tocado vivir, en esta tierra. Yo creo que se empieza a mover todo cuando se tiene una consciencia mucho más global, mucho más planetaria.
FA: Los recursos ¿no seguirían siendo limitados?
AR: Gandhi decía que “en el mundo hay recursos suficientes para satisfacer las necesidades de todos pero insuficientes para satisfacer la avaricia de algunos”. Encarnar los principios esenciales, basados en la capacidad de amar, nos permite elevarnos sobre nuestros límites y trascenderlos. El dinero, la riqueza, aparecen como un síntoma. Puedes hacer mucho dinero explotando, castigando, mintiendo, pervirtiendo, pero a largo plazo eso genera miseria colectiva, uno gana y todos pierden. Yo recomiendo a los empresarios que piensen que lo que están gestionando es una causa, y que en lugar de clientes tienen socios… se puede cambiar el paradigma completamente.
FA: ¿Tiene sentido hablar de paz interior cuando lo que falta es paz en el mundo?
ÁR: La paz interior es la que crea la paz mundial. No puede haber lo uno sin lo otro, todo es un reflejo. Por eso digo siempre que la psicología crea la economía; el estado de consciencia crea la realidad; lo que nuestra alma está viviendo, se encarna necesariamente. Depende de cómo trabajemos nuestro espacio interior, así se manifestará nuestra realidad. Todo cambio debe venir precedido de una toma de consciencia de lo que somos.
FA: ¿Qué significa rezar?
AR: Cuando rezo, que lo hago muy a menudo, me salen tres principios: la gratitud, que emerge de manera natural; la aceptación, el “hágase tu voluntad”, que no es la resignación sino la actitud positiva de que, sea lo que sea, voy a aprender, y el tercero es ver claro. Yo no creo en los iluminados, que muchas veces son neuróticos o narcisistas, sino en los lúcidos, que precisamente son personas ajenas a toda vanidad. Creo que el gran reto es conseguir esa lucidez.
FA: Parece muy liberador, la Iglesia no transmite así la idea de la oración.
AR: El problema es que toda iglesia se ha construido desde una asimetría, la iglesia que estamos viviendo hoy no es la de Jesús, es la de Pedro: humana, anclada en las jerarquías. A mí me resulta profundamente inquietante ver unas jerarquías eclesiásticas que no saben tomarle el pulso al signo de los tiempos, que han perdido mucha humildad y que parece que están más pendientes de su tocado o de sus zapatos que del hambre que pasan muchas personas.
FA: Una vez dijo Vd “¿Por qué ser budistas, si podemos ser Buda? ¿Por qué ser cristianos si podemos ser Cristo?”
AR: No creo en las relaciones asimétricas, ni en los maestros, creo que cada persona es maestra de sí mismo. Creo en los acompañantes que tras un trecho del camino te muestran que tú también puedes seguir andando o elegir otra opción. Durante una meditación me vino… ¿por qué ser budistas si somos Buda? En realidad lo somos; es el atman; es esa conciencia pura que espera manifestarse. Si entras en la relación de asimetría estás vendido porque entras en el dogma y el dogma te impide la libertad de pensar por ti mismo, de construir por ti mismo, y sobre todo te aleja del reto fundamental, de que te descubras en ti mismo, que hagas tu propio viaje interior, que desciendas a tus infiernos para que luego puedas descubrir tu cielo, que descubras esa semilla espiritual que habita en ti y que es consciencia pura, satchitananda. Siendo hombres como Jesús, llevamos también el Cristo, la semilla divina. Despertemos. La frase iba en ese sentido: no buscar relaciones de dependencia, sino la cooperación, la palabra, el diálogo.
FA: ¿Estamos llamados a ayudar a despertar a los demás?
AR: Estamos llamados a despertar y a reconocer al Cristo interior. Y a ayudar a despertar a otro sólo si el otro quiere. Si te dice que tiene sed, le puedes hacer ver que tiene el agua dentro y enseñarle a llegar a su fuente… Decirle que el camino pasa por el servicio, por intentar ser útil a los otros; por encontrar un sentido a su vida aunque crea que no lo tiene. Y ese sentido se encuentra a través del amor. Del amor a alguien, a algo…
FA: Se requiere fortaleza, la vida no es fácil…
AR: La alegría o la felicidad no es algo que te llegará de fuera hacia dentro, es algo que puede nacer de ti, tú tienes la opción y, con la voluntad, puedes ser un generador de una actitud que transforme la existencia. Y que por simpatía se contagie, no desde la vanidad el narcisismo o la falsa prepotencia, sino desde el reconocimiento de que eres humano, que algún día morirás; desde el reconocimiento de que la vida es tremendamente frágil y por eso milagrosa, y desde el reconocimiento de que no puede haber vida sin muerte ni dolor sin esperanza.
FA: ¿Un maestro es alguien capaz de transmitir eso?
AR: Las enseñanzas funcionan cuando se mueven sobre un discurso de coherencia. No creo en los iluminados. Buscando referentes y maestros he encontrado que las personas más lúcidas son personas muy sencillas, muy discretas, y los que se presentan como grandes maestros están bajo una neurosis muy importante, o en un estado narcisista muy grave. Lo que están es tapando un vacío enorme, un vacío de amor. Eso es ser un miserable. Miseria quiere decir exactamente desconexión del amor. El miserable es incapaz de amar.
FA: Es evidente su gusto por el lenguaje preciso…
AR: Recurrir a la etimología de las palabras, acudir al latín, al griego, al sánscrito, ayuda a entender la esencia del significado, ese que hace que la palabra transforme, revele, ese que nos toca el alma y que nos despierta.
FA: ¿Es esa la razón del éxito de sus libros?
AR: Baltasar Gracián decía que “quien critica se confiesa”. Si “La buena suerte” o “El laberinto de la felicidad” está teniendo el éxito que está teniendo, yo creo que obedece a que están tocando de una manera muy simple lo esencial, igual que “La brújula interior” y, en otro sentido, “Los siete poderes”. Cuando algo va entrando lentamente y va generándose por “boca-oreja” es porque hay un conjunto de personas que creen en eso. Yo he recibido más de 5.000 cartas y correos electrónicos, de personas de todo el mundo contándome en algunos casos su vida, hasta veinte páginas a dos caras con fotografías pegadas. Hay unas historias de vida que son increíbles y que te demuestran que sí, que es posible, y que la palabra, cuando nace del corazón, transforma, renace, cura la enfermedad, las relaciones, y por lo tanto puede curar perfectamente el planeta. Hay que comunicarse, hay que hablar, hay que hacer actos para todos.
FA: ¿Se entiende bien la propuesta de espiritualidad fuera de las religiones?
AR: Con “La buena suerte”, por ejemplo, me ha ocurrido algo curioso. En ningún caso se habla del concepto Dios, pero es un libro muy espiritual. En Japón, un gran maestro de Aikido, me dijo que era un libro profundamente zen. Pero luego, en Estados Unidos, me dijeron que reflejaba muy bien la ética protestante. Pero es que aquí, una persona del Opus Dei me dijo que era un libro sobre la fe…
FA: ¿Cómo funcionan los símbolos? ¿Elevan también el espíritu?
AR: Los arquetipos sirven, como los cuentos, para despertar. Lo metafórico se comprende a otro nivel. El caso de la mariposa, en griego, se dice igual que alma, psyché. Es el alma libre, el alma pura. Cuentan que los niños que morían en los campos de exterminio en Auswitch, la noche antes de morir dibujaban mariposas en la pared, como previendo que el alma se liberaría del cuerpo, que volvería a Brahma, que somos esa consciencia que se libera y que se encarna. Me lo confirmaron especialistas pediátricos cuando mi hija pequeña –que ahora está bien gracias a Dios y a los fantásticos profesionales que la atendieron- estuvo en la UCI.
FA: Un hijo en una UCI resulta cruel… quizá también un “arquetipo”.
AR: Es terrible. Creo que es lo más contradictorio que puede haber. No entiendes nada. Te lleva a territorios de reflexión a los que nunca llegarías de otra manera. Ver a un hijo deseado, recién nacido, conectado a máquinas que le mantienen el latido del corazón, la respiración, el drenaje de los riñones… requiere un ejercicio de coraje y aceptación extremo. Son momentos para replantearse el sistema de prioridades, la propia vida.
Aunque no es comparable, me ocurrió algo determinante también cuando murió un amigo mío de un infarto con 38 años y dejando tres hijos. Yo llevaba un estilo de vida que no me gustaba en absoluto y estaba esperando mi primera hija, con la responsabilidad que eso comporta. La profunda depresión en la que caí me hizo cambiar de vida y fue cuando escribí “La brújula interior”.
FA: ¿A dónde conduce la brújula interior? ¿Permite realizar los deseos?
AR: Lo importante, quizá, no es la realización del deseo sino lo que consigue el deseo que hagamos para que nos realicemos. La felicidad no es un lugar al que llegar, es una manera de andar. Cuando llegas al norte con la brújula, la brújula se vuelve loca. Tienes que ir donde el corazón te guíe, y te das cuenta de que lo importante no es llegar sino caminar.
FA: Volvemos a los símbolos, el camino, la meta… el laberinto.
AR: El laberinto representa el alma torturada. Habla de un camino en el que para salir, hay que volver al centro… En el de Chartres, tienes que pasar por las cuatro áreas: cielo, tierra, activo, pasivo… y llegar al centro, donde está el trébol, la flor, para volver a salir. Es un arquetipo clave, y cada uno puede adaptar el significado a su propio camino, a mí me fascinan; es llamativo que tengan la misma forma en las culturas precolombinas y en las pre cristianas.
FA: En el de su libro aparece un cazador de mariposas…
AR: Simboliza la figura del maestro humilde, el que te lleva a encontrarte contigo mismo, y así es como encuentras la salida. Pero la salida no es lo importante. Lo importante es la capacidad que tienes de asumir, de dar un sentido a tu vida, y de darte el tiempo y la paciencia para hacer la alquimia interior en todo lo que te toca vivir. Es decir, toda salida del laberinto se produce cuando te das cuenta de que estás en el centro. El Universo, la vida, no es más que un laberinto que se despliega desde tu centro. Y la existencia o no de muros o de callejones sin salida depende sobre todo de tu visión de las cosas o de la alquimia interior que hayas podido hacer… Y te das cuenta de que todo son trampolines. Y que estamos en un mundo dual, en el que los retos y dificultades que te pone la vida son oportunidades para ensanchar la consciencia; y que muchos de los muros están hechos de tu propio miedo. Si te eres fiel, vuelves al centro del laberinto.
FA: Propongo terminar entonces en el centro del laberinto, con lo que haya.
R: Ahí te encuentras a ti mismo, ese atman, ese pequeño príncipe interior, la pureza, el alma desnuda, la lucidez. En todas las tradiciones, en los cuentos iniciáticos aparecen dos grandes héroes: el guerrero que tiene que afrontar un destino terrible para combatir al mal y que se imponga el bien, y este otro personaje. Es el niño o la niña que tira flechas al cielo para pedirte que no le olvides…es esa intuición limpia.
Lola Bastos
www.fundacionananta.org