Como nieve derretida por el sol, el agua abundante de la vida fluye por la gracia del amor. Sin el sol del amor el potencial de la vida se queda congelado. Sin la magia del servicio que pone el amor en movimiento, toda vida pierde su sentido.
¿Para qué servimos? La respuesta a esta pregunta es el mismísimo sentido de la vida. Porque vinimos a servir. Quien no vive para servir, no sirve para vivir.
Servir es la clave para hacer el vacío. Servir es el secreto de la plenitud. No hay abundancia mayor que la de darse, ni libertad más grande que la de entregarse. Servir es la ciencia sagrada de la creación.
Todos los elementos de la tabla periódica constituyen el alfabeto básico del lenguaje de la evolución y cada uno está hecho de las mismas partículas subatómicas, de la misma esencia que va fluyendo –sirviendo con sus propiedades– para generar moléculas, tejidos, órganos, organismos y esos organismos mayores que son sociedades y civilizaciones. Todo, todos, nosotros incluidos, está hecho de esa misma esencia primigenia, que cada instante emerge del vacío en forma de partículas elementales. Todo surge del vacío y a él regresa para renovarse. En el vacío cada ola se convierte en mar, cada cosa se conecta no localmente con todas las demás. Desde el vacío todo emerge entretejido al universo, unido a la gran cadena de la vida, en la que todos somos con la tierra una gota del río estelar de la conciencia.
Sólo los poetas pueden expresarlo en palabras, cuando conectados con el alma como Blake, ven un universo en un grano de arena, o cuando, conmovidos, como Juan de la Cruz, nos dicen: … “y se quedó mi sentido de todo sentir privado, y el espíritu dotado de un entender no entendiendo, toda ciencia trascendiendo”.
Ese paradójico sentimiento de sentir la eternidad en el instante y lo infinito en la partícula es el fruto de un viaje interior que conduce de los sentidos al sentido, de las apariencias a la esencia, de los valores de tener al valor invaluable del ser que habita en la paz de nuestra pausa. El ser habita en el vacío y su potencial se revela con el dar. Nos renovamos, somos, en ese continuo renacer que nos hace nuevos cada instante cuando, al darnos, hacemos el vacío. Recibimos renovado, enriquecido, lo que damos. Recreamos el infinito potencial del ser cuando morimos en el darnos.
Como padres madres, hijos, hermanos, aprendices, fluimos con nuestros atributos particulares para ser afluentes del río de la vida. Los pequeños manantiales de la familia fluyen a los afluentes de las sociedades que se van reuniendo en este río que llamamos humanidad. Vamos donde vamos, por la gracia de todos los otros. El agua, que también somos, nos ha servido como un precioso cristal líquido para portar esa vida que florece por nosotros. Hasta los virus se han incorporado en nuestro genoma para contribuir a lo que somos, y las bacterias se plasmaron en las mitocondrias para servirnos con el fruto de la respiración celular, esa inteligencia adaptativa de centenares de millones de años de evolución.
Cada partícula, cada instante, cada cosa, todo todo, es lo que es porque sirve. ¿Has servido hoy? ¿Has vivido hoy? Entonces también hoy has sido. Cuando no te entregas te encadenas. Cuando no te das no puedes recibir. Sin vacío no hay plenitud posible. El mejor modo de encontrar la felicidad es hacer felices a otros. La mayor seguridad es la de no tener nada que perder, y sólo pierdes realmente aquello que no das. Sirve, únete hoy a la gran cadena de la vida y siente el potencial de ese amor en movimiento que va tejiendo la gota al océano, el átomo a las galaxias y tu propia humanidad al alma humana.
Jorge Carvajal, 11 de marzo de 2013