Esta mañana iba algo apurada de tiempo cuando salí de casa. Así que decidí que mientras esperaba el autobús terminaría el estilismo del día: ponerme los pequeños pendientes que suelen adornar mis orejas.
 
 
En la parada del bus, sin un alma y con poca luz, a las 6,15 h. de la mañana, uno de los pendientes decidió salir volando de mis dedos y tras algún intento de acrobacia por mi parte para recuperarlo, el resultado final es que acabó rebotando en el suelo de la calle. Inmediatamente empecé su búsqueda dónde, estaba segura, lo había visto caer. Pero por más que inspeccionaba cada trocito de acera, no lo veía.

Al poco rato llegó mi “compañero de parada”, un señor con el que coincido cada mañana y, dada la evidencia de que algo había perdido, me preguntó que buscaba y se ofreció a ayudarme. Casi al momento, encontró el pendiente.
 

Tras el agradecimiento y mi alegría por la recuperación, me vino clara como el agua la “lección de la pérdida del pendiente”.
 
Podemos tener claro el objetivo y la meta. Y elegir un camino, una acción, una opción para lograrlo. Sin embargo, puede que no sea la adecuada y, entonces, insistir cabezonamente en la manera, en la acción concreta, no solo no da resultado, sino que se lleva la energía con frustración y desánimo.
 
Como bien señaló Einstein, no se puede resolver un problema, con la misma mente que lo crea. Así que será cuestión de cambiar la mirada, o la perspectiva, o el lugar, ampliando las opciones y el círculo de acción.
 
Estoy convencida de que, sea cual sea el problema o cuestión a resolver, siempre hay otra opción, y la ayuda necesaria para solucionarlo.
 
 
Ana Novo
La Comadrona Espiritual ®