El verano a menudo escaso de noticias se presta a un más potente foco sobre declaraciones faltas de fortuna. Las palabras del popular psicólogo Javier Urra en los Cursos de Verano de San Sebastián, en las que sugería que el suicidio puede ser una salida ética para los violadores en serie suscitan indudable controversia.
El suicidio difícilmente puede ser una salida, pues representa el mayor fracaso concebible. La sacralidad de la vida se extiende a toda condición humana, más allá de la voracidad de sus deseos y la agresividad de sus impulsos. Siempre hay un sol dispuesto a brillar aún tras las noches más terribles, siempre hay un alma dispuesta a irradiar, aún en las personalidades más ganadas por la brutalidad. Siempre habrá un retorno posible a la mano que acaricia y a los labios que besan con una dulzura sin mácula. Siempre hay una capacidad de transformarse cuando alguien se siente reconocido y amado. Eso no es “buenismo”, como expresa el propio Urra, eso es fe y esperanza en el humano, en su condición trascendente, en su capacidad de regenerarse y evolucionar.
El placer jamás puede nacer de un dolor ajeno. El mutuo consentimiento es la única entrada al íntimo cielo de la cópula. La piel llama a la piel, pero nunca la fuerza e ignorarlo conlleva su “karma” inevitable. Señalado ello, añadiremos que compasión no es “buenismo”, es sólo el anhelado horizonte, el luminoso futuro que le aguarda a la humanidad. El peligro lo representa una sociedad materialista, siempre dispuesta a ignorar la nobleza inherente a todo espíritu humano, por escondida que ésta se halle. Compasión pues seguramente el violador no conoció jamás la ternura y al desconocerla la rechazó, pues quizás el lecho del amor verdadero siempre le resultó lejano. Compasión pues la magia sin par de los cuerpos y almas fundidos en gozo siempre le semejó extraña.
La carencia de amor llama por lo tanto al desamor y a una fuerza incontrolada que le puede acompañar. Compasión pues seguramente no hubo caricia materna y al faltarle la primera urgencia humana, quiso después arrebatarla de aquella forma; compasión pues si hubiera mediado una madre entregada y amorosa, el solo recuerdo le impediría violentar al otro sexo. Siempre hay una naturaleza superior capaz de triunfar sobre la inferior, por despiadada y salvaje que ésta se manifieste. Compasión pues aún con todo, es un hijo de Dios con cuerpo, mente y espíritu maravillosos, susceptible de regenerarse en un ambiente y con unos profesionales adecuados; porque los impulsos que ahora le vencen y embrutecen pueden mermar y dar espacio a la virtud que también le habita.
Compasión pues nunca será salida invitar a quitarse de en medio a los individuos más desviados, porque nunca sabremos si los cuerpos con los que nos unimos en otras vidas lo hicieron siempre de “motu proprio”, pues desconocemos nuestro ayer, pues ignoramos si nuestra fuerza masculina fue siempre empleada de forma positiva y adecuada. Que la unión sea en los lechos, entre sábanas blancas y espíritus imantados, que el acto sea con susurro y consentido. Que la sociedad pueda derrochar también su generosidad y compasión sobre quienes no conocen nada de ello; que la comunidad por supuesto se defienda de esos ataques, pero que una vez protegida, se aplique en reconducir y reeducar. Será por supuesto necesario neutralizar a quien viola el cuerpo y el libre albedrío ajeno, pero encarcelar dista de invitar a quitarse de la circulación.
Olvidemos la insana tentación de sugerir acabar con su propia vida a quienes más nos molestan, pues son precisamente ellos los que más ayuda nos están demandando. Obviemos que hay individuos irrecuperables. Más o menos lejana siempre habrá un alma pura deseosa de irradiar sobre la personalidad ofuscada y acorazada. He ahí el desafío humano, ayudarnos mutuamente a crecer, por más difícil que a menudo nos semeje esta vital apuesta.
Koldo Aldai, 21 agosto 2014