Relaciono el sosiego con calma, paz, oasis, silencio. Lo relaciono también con orden, disciplina. Orden en el sentido de estar ordenado por dentro, en equilibrio, en el eje. Disciplina en el sentido de adecuado tiempo dedicado al trabajo, a la alimentación, al descanso y, crecientemente, al encuentro con el Divino, con una armonía entre todos ellos. Mi concepto de sosiego evidentemente ha cambiado con los años. Creo recordar que de joven el sosiego estaba más relacionado con condicionantes externos. Ahora, ya bien pasados los 50, lo entiendo en mucha mayor simpleza. El sosiego entonces aparece con más generosidad y por doquier. Por ejemplo, cerrado los ojos tras la valla de un colegio para escuchar el griterío de los niños; por ejemplo, cerrando los ojos y escuchando el siempre generoso canto de los pájaros.

En los últimos y muy recientes tiempos aparece una nueva forma de sosiego, más profunda que todas las que yo haya experimentado hasta ahora. Al final del día, acabadas las tareas, apago los estímulos exteriores y me siento en mi cojín de mediación en posición de loto. Me sitúo enfrente de un pequeñito altar que he puesto en mi habitación de dormir, y simplemente permanezco en esa posición media hora, una hora, en silencio, pensando en el Divino. No pido nada concreto, pido simplemente por la humanidad y porque el Divino llegue a los que sufren, según la frase del antiguo mantram: “que el amor del Ser Divino se derrame por todas partes”. Intento en ese espacio temporal que mis células se impregnen del amor infinito del Divino. Intento que mis células se impregnen del sentido de aquella petición “hágase en mi según tu palabra”. En ese silencio, en esa espalda erguida, en ese no esperar nada, encuentro sosiego. Quizás el mas profundo y hermoso que yo haya encontrado en esta vida. Al final del día, busco ese cojín de meditación y ese silencio, sabedor de un encuentro maravilloso cada vez, que me llena de sosiego y de paz a pesar del mundo y a pesar de mí.

JT, 21 marzo 2012