De vez en cuando leemos en las noticias que un barrendero o un taxista encuentra un sobre con mucho dinero y lo entrega a las autoridades. Las cantidades son a veces millonarias, en términos absolutos y no digamos en relación al sueldo del que entrega ese dinero.

También somos testigos de millones de actos solidarios en el mundo cada día, muchos de ellos anónimos. Personas que dan y se dan haciendo buenas las enseñanzas de los seres iluminados, Jesús el primero.


Frente a este tipo de personas, están las que todo lo quieren para ellas, las que acaparan y las que roban. Son también muy numerosas. Y con enorme frecuencia, se trata de las personas que ejercen el poder. Personas que deberían dar ejemplo con su conducta, y en las que la contradicción entre lo que dicen y lo que hacen es escandalosa.

Cuando las conductas delictivas y amorales de estas personas salen a la luz, es normal que cunda el desánimo. Incluso la tentación de la insumisión. Pero también es muy bueno que estas conductas, que antes quedaban ocultas, no se escondan bajo la alfombra por más tiempo. Las personas que roban, y sobre todo las que lo hacen desde el poder, atentan en primer lugar a su dignidad. Luego, por supuesto, atentan contra la dignidad de la sociedad.

La ley del karma es inapelable. Jesús se refiere a ella, al afirmar que recogemos lo que sembramos. A veces la cosecha se recoge muy pronto. Otras veces tarda más, y parece que la mentira, el engaño y la indignidad no pasan factura.

Pero sí pasan factura. Dice Aïvanhov que todo queda inscrito en el Libro de la Vida. Y el ser humano ha recibido un gran regalo: el libre albedrío. El libre albedrío nos permite intentar vivir en dignidad o en indignidad. A veces las fronteras están borrosas, pero la mayoría de las veces no lo están. Cada uno de nosotros puede mirar dentro y también a su vida pasada para intentar cuantificar su saldo neto entre dignidad e indignidad, y actuar en consecuencia a partir de entonces. Porque otro de los milagros de la vida es que cada mañana nos da una nueva oportunidad.

El Libro de la Vida, decíamos, toma nota de todo. Están los que siembran dignidad: aún cuando haya mucha indignidad alrededor, insisten en sembrar dignidad. Son la sal de la tierra. Los que roban, los que mienten, los que engañan, seguirán con su farsa. Pero hay una gran esperanza. La de los que elijan el camino de la dignidad. En cada pequeña cosa. Son más cada vez.

Tristemente no podemos afirmar que reyes y élites sean el ejemplo de la dignidad. Pero como nos recuerdan el barrendero y el taxista que devuelven el dinero encontrado, la dignidad sí puede ser un modo de conducta.

 Y en el Libro de la Vida, tantas veces se nos recuerda, todo queda inscrito.

Joaquín Tamames, 20 enero 2013