Veo el problema de la globalización (“problema” para Occidente) en paralelo al deterioro de sus finanzas debido a una cultura de exceso de consumo y gasto apoyada en el endeudamiento. Probablemente el fenómeno de la globalización no sería tan grave si nuestras haciendas estuvieran más en orden, como parecen estar algunas (Alemania es para mi el mejor ejemplo pero también valen otras economías como Suiza, aunque quizás menos imitables por su menor tamaño).

Me parecen sumamente interesantes las apreciaciones de Andrew J. Bacevich en su notabilísimo “The limits of power” (2008). En este libro habla de la dinámica de más consumo, más gasto y más endeudamiento de la sociedad americana a partir de los shocks del petróleo de los años setenta. (Las promesas de todos los candidatos presidenciales a reducir la dependencia energética del exterior nunca se pusieron en marcha).

Contrapone Bacevich dos visiones. La del Presidente Carter, con su famoso discurso de julio de 1979 (que para muchos abortó torpemente y de raíz cualquier perspectiva de renovar mandato, tal era su candidez), en el que dijo: “demasiados de entre nosotros tendemos a idolatrar el consumo y la auto gratificación. La identidad humana ya no se define por lo que uno hace sino por lo que uno posee. Pero hemos descubierto que ser propietario de cosas y consumir cosas no satisface nuestro anhelo por el sentido. Hemos aprendido que amontonar bienes materiales no puede llenar el vacío de las vidas que no tienen confianza o propósito”. Y la del Presidente Bush padre, que a principios de los años 90 dijo “El modelo de vida americano no es negociable”, siguiendo por supuesto la estela de Reagan, del que fue vicepresidente.  Es decir, una visión (Carter) decía: “menos consumo, recuperemos ciertos valores perdidos”; otra visión (la ganadora) que rebatía que “muchos quieren que creamos que Estados Unidos, como otras grandes civilizaciones del pasado, ha alcanzado el zénit de su poder” y nos “dicen que tenemos que aprender a vivir con menos” (discurso de Reagan en noviembre de 1979 aludiendo a Carter).

Bacevich hace un muy interesante análisis de cómo en ese momento Estados Unidos eligió un camino y ilustra, yo creo muy convincentemente, que el zénit de la clase media americana llegó en los años 50 y 60, en el que el país era el “granero industrial” del mundo, y que el declive que se inicia en los años 70 con los shocks del petróleo se acelera en los 80 y 90 con la cultura de consumo financiada con deuda hasta el estallido de la burbuja en 2007. Si a ello unimos el brutal coste de las guerras y del gasto en armamento, hay una conclusión que impacta: (1) otros emergen en capacidad industrial y por lo tanto adquieren cuota de mercado manufacturera a costa nuestro; (2) nuestra capacidad de respuesta es ahora más estrecha que nunca porque tenemos una situación financiera sumamente delicada.

¿Hacia dónde evolucionará todo esto en los países a los que afecta negativamente la globalización? (1) Necesariamente hacia una eliminación del gasto: los acuerdos para compartir costes militares entre Francia y Reino Unido son un ejemplo muy interesante; (2) Hacia una interiorización de la ciudadanía de que algo profundo debe cambiar en nuestra relación con el consumo y con el dinero, tal como apuntaba el Presidente Carter; (3) Hacia la recuperación del largo plazo como referencia vital, en el sentido de que no se debe aspirar a hacer empresa y beneficios con un horizonte corto placista, pues las obras duraderas y bien hechas requieren de tiempo, experiencia, etc. Ello implicará que la calidad será un factor diferencial: automóviles alemanes, relojes suizos, neumáticos franceses, informática norteamericana … son ejemplos. Pero también pueden serlo industrias terciarias, en nuestro caso el turismo.

En suma, creo que el tiempo dará la razón al Presidente Carter y no a Bush padre. El modo de vida americano que otros países hemos querido importar (más consumo, más endeudamiento, más gratificación personal por el consumo a costa probablemente de otros valores —véase Gran Hermano) es insostenible. Y éste, paradojicamente, es uno de los aspectos positivos de la globalización: nos pondrá enfrente de algunas de nuestras más importantes contradicciones o bucles que debemos resolver. El hombre en busca del sentido, que dijera Frankl. Por ello creo que el actual momento lo es también de oportunidad para reinventarse.