“El árbol de la vida” es quintaesencia Malick, y bellísima adición a sus anteriores películas “El nuevo mundo” y “La delgada línea roja”.

Malick se pregunta una y otra vez acerca de nuestra relación con el Creador, y como siempre en sus películas, la voz en off nos lleva por los pensamientos más íntimos y trascendentes de los personajes.

La madre, en sus tan expresivos silencios, habla sin hablar. Su mirada, su expresión me dicen algo: “el ser humano merece una oportunidad. Que su lucha y su dolor no sean vanos. Que esa hermosa mirada encuentre refugio. Que haya abrazo redentor”.

En su dolor ella piensa (nos dice): “Amad a todos, a cada hoja, a cada rayo de luz. Perdonad”. Y también: “El único modo de ser feliz es amar. A no ser que ames, tu vida pasará como un destello”. Nos plantea amar y perdonar como ejercicio de la voluntad, hasta que salga solo.

El padre, en su atormentada vida, descubre demasiado tarde la mirada ya perdida del hijo.

Si, al final Sean Penn, el de las intensas miradas, el del rostro cincelado, como esculpido por el viento y las tormentas, pasa una puerta: y al pasar esa puerta ocurre el milagro.

Este es un film milagroso donde cada imagen te habla de la delicadeza y lo sagrado de la vida, y de ese hilo tan débil entre la vida aquí y la vida allá.

Yo agradezco a Malick su trabajo portentoso, inspirado, que llega del cielo. Y todo su proceso creador, que deja una huella dignísima de la humanidad en la tierra.

Siento, al ver este film, que Dios nos habla.

 

Joaquín Tamames, 2 septiembre 2011