El 15M comenzó a ceder un pasado de endémica y secular sumisión ciudadana. Una fuerza olvidada alcanzó el nervio y la mirada, mientras a las plazas resecas les brotaron grandes hongos de nylon, de colores y esperanza. El testimonio ha sido elocuente y el alcance planetario. El ensayo en el asfalto ya constituyó sobrado triunfo. Ahora es mejor ceder en el pulso abierto, que perder en un desgaste prolongado. Quitar piquetas, no tiene nada que ver con derrota, sino con visión de futuro. El colchón, la ducha pueden esperar, pero es sobre todo una impaciencia rebelde la que deberá aguardar. Hay plazas más pequeñas, hay un ancho campamento virtual en el que la asonada puede ir madurando.
Lo singular de la reciente revolución es que no alcanzó ningún poder que la tentara o incluso mancillara antes de la hora. Su pureza se mantiene casi intacta. Lo importante ahora es gestionar con acierto ese gran caudal de confianza, ese alto grado de conexión con el resto de la ciudadanía. Los responsables políticos y económicos saben que nada será igual que antes del 15M. Gobiernan sobre una colectividad cada día más consciente, a la que ya no le basta con marcar un aspa, con introducir cada cuatro años un sobre en una urna de metacrilato. Ordenan sobre una ciudadanía que reclama cauces de mayor participación, mayores cotas de justicia; una ciudadanía valiente que puede cualquier día emerger del subsuelo mochilas al hombro, canto en los labios y volver a acampar por tiempo delante de sus despachos y palacios.
Sí, hay un momento en que falta tierra y abono para las huertas de Sol, en que los toldos acumulan goteras, en que las palabras se alargan y los permisos se agotan. Es cuando la utopía se cobija y entra dentro. Es cuando hay que acampar en el interior, cuando hay que replegarse y aguardar la próxima oportunidad, el siguiente, planificado y cuidado intento. Lo importante de las revoluciones no es su expresión externa, sino su frescura, su autenticidad de adentro. Lo importante es tomar los palacios interiores, no las plazas y avenidas de afuera, escrutar el destello que envolverá siguientes y emancipadoras acampadas, visualizar en alto las asambleas, los círculos, las lonas del mañana.
No es culpa de nadie. Llega el momento en que se acumula el sueño y se acaban los mapas, en que escasean herramientas y recursos prácticos para gestionar una utopía que nos alcanzó de repente. La inventiva y la creatividad tocaron su natural techo momentáneo. Lo importante es mantener la esencia, sostener, ahora de otras formas, los justos postulados. Barcelona nos enseñó que un gran campamento se puede volver a levantar en tres horas. La forma, la exteriorización es pasajera, lo importante es cuidar la semilla, el espíritu.
“Vamos despacio porque vamos lejos”, rezaba uno de los brillantes slogans de la “spanish revolution”. Cierto, no hay vuelta atrás, pero ahora toca esbozar las rutas del futuro bajo más sólidos techos. ¿Hasta dónde soñarán las acampadas de hoy y de mañana? ¿Dónde se detienen los anhelos? Ojalá no antes que haber alcanzado nuevas cotas de creatividad y armonía, de convivencia y hermandad. No conviene acelerar el paso, sin embargo sí se puede lanzar lejos la mirada, vislumbrar futuro a la luz de las revelaciones que nos alcanzan, de los croquis que vamos descifrando.
Esbocemos, dibujemos siquiera torpemente esa lejanía, no se nos vaya a presentar encima antes de lo esperado. Sí, llega la hora de levantar los campamentos de base en Sol, en la Plaza de Catalunya…, pero mientras que soltamos las piquetas de una primavera para la historia, podemos preguntarnos cómo son los campamentos allí arriba, en las cimas de lo imaginable.
Quienes desean que nada cambie, quienes no abrigan otra utopía que sus negocios, suspiran por el desalojo. Aún no saben que hay que organizar, que hay que montar un “negocio” que sirva por fin para todos/as, que hay que sentar las bases de una sociedad en la que nadie quede fuera. Ellos atesoran patrimonio, pero vosotros dormisteis juntos sobre el asfalto, mirasteis juntos el mismo e infinito cielo estrellado. Guardad las “Quechuas” y los toldos bien a mano. Las nuevas telas no se ajan. Nadie olvidará la línea amarilla que desembocaba en tierra prometida, el camino hasta esa plaza, hasta esa primavera en que tantos corazones, tantas voluntades se encontraron. No es fácil plantar campamento más arriba de Sol, pero habrá que intentarlo.
Koldo Aldai