Hoy no volcaré piedras en la crónica. Toca ya relato más vivo, crónica humana. Su nombre es Helenna. Ella y su familia han pasado experiencias tremendas pero la sonrisa no se le nubló nunca. Desde las cenizas humanas del campo de Dachau en el que estuvo su padre, hasta esa actitud tan esperanzada, hasta esa apuesta firme de unión de los contrarios que ella encarna, no ha pasado mucho tiempo…

Contaré lo que pueda hasta que se rindan estos dedos… Ella canta, dirige coros con mayores y pequeños, dirige formaciones judías, pero también ha cantado canciones de cuna a los niños palestinos. Ha estado con ellos y con sus madres cuando el ejército ha ido a derribar sus casas.

Después de todas las terribles vicisitudes que le ha tocado vivir, ella siente que el amor abre todos los caminos. Su padre venía de la nobleza de la llamada Rusia blanca o Bielorusia, su made de Hungría. Unieron sus destinos en Chile. Su padre es uno de los dos sobrevivientes latinos del campo de exterminio de Dachau.

Helenna… vibra con el latir planetario de la nueva era, de la nueva espiritualidad, pero sin embargo procede de lo más tremendo del pasado reciente. Ella dice que no hay excusa para no amar aunque nos haya tocado vivir experiencias duras. Ella es encarnación viva de cuanto profesa.

Ama Israel pero anhela una nación que venza ese miedo tan terrible que la atenaza y paraliza, quisiera que se abriera en lo profundo de su alma. Ella ha escogido el canto para abrir el corazón blindado de su gente. Canta también en la sala donde nos hallamos. Delante de sendos tés con leche en una café del barrio del Derej Hebron en la carretera que lleva a Bethlehem, donde otrora se asentaron los templarios, Deborah canta con sus labios canciones tradicionales, canta con sus ojos una melodía remota de incondicional amor…

Y entre canción y canción, sortea las calamidades. La de la persecución de la familia de su padre, hacendados judíos a los que robaron todo, la del arrancar de cero de sus padres en Chile. Me cuenta también su historia de desembarco en Israel con una sola maleta, con cuatro enseres y su curriculum. Me habla del baúl cuyo impuesto no pudieron pagar siquiera para recuperar fotografías y recuerdos… Las dificultades alcanzan el presente y también me menciona el cáncer de pecho y la odisea de su hijo en servicio militar israelí. Sus amigos iban al servicio y su hijo decidió también “servir a la patria”. Al tiempo le llegó diciendo: «Madre, tú me has enseñado a abrazar, a besar, a ser felices juntos… En el ejército no hay nada de eso». Y es cuando deberá comenzar a simular locura para poder escapar de esos cuarteles donde no se «abraza»…

No grabé nada en nuestro encuentro de cuatro horas. Espero poder reconstruir a la vuelta su testimonio tan fuerte de esperanza. Me vienen retazos de lo compartido… Mencionaba que la Sepharad y los judíos latinoamericanos han sembrado una vibración más alegre y fraterna entre la ciudadanía. Dice que la «Sabra» comienza a dejar caer sus espinas. La sabra es una fruta dulce por dentro y con espinas con fuera. A los judíos originarios del propio Israel, por su aspereza, se les denomina también «Sabra». Ella confía que la planta se irá abriendo más y más y las espinas irán cayendo…

Helenna sostiene la esperanza en medio de esa tierra dividida, porque ella misma, tras las mil y un dificultades, ha visto amanecer en su propia vida. Ha contraído de nuevo matrimonio con un hombre, músico de profesión, que la hace feliz. Él era de un entorno ortodoxo y sin embargo se ha abierto a los nuevos aires de espiritualidad, respira también una vida más ancha. Su música, reflejo de su alma, también se ha ha abierto. Ella ha comenzado también a vivir a su forma el aporte de toda la espiritualidad judía que él le ha acercado… Ha comenzado para ambos una dicha que no sospechaban, cediendo cada uno su parte y encontrándose en un páramo de felicidad inesperado.

Koldo Aldai, 16 enero 2012