Siento que lo hayas pasado mal en el hospital, Fabián, pero me alegra saber que estás mejor. Ahora te llamo. Parece que la experiencia te recalibró tu punto de vista del mundo y la humanidad. Lo de conocer a la muerte, aprender de ella, no está mal. Una de las maneras que ese conocimiento les llega a los niños es a través de los fallecimientos de sus seres queridos, muchas veces siendo la primera muerte la de un animal. Los niños que se crían en el campo suelen enfrentarse con la muerte de animales, incluso mediante los sacrificios de ellos para la alimentación de los humanos, temprano y de cerca. Para mí es muy duro ver morir a un caballo o a un perro. Los tengo muy cerca. Los gatos también, y los pájaros que tuve que enterrar, incluso un cuervo viejo con una sola ala.  En fin, todos los bichos tienen alma.  Los niños de las ciudades también pierden sus perros, gatos, pajaritos, lagartijas y otros amigos. Acompañar a un animal en su sufrimiento y muerte también es el «backstage de la existencia» (por cierto, una frase genial, hermano), y una lección para toda la vida. Luego, si una persona tiene la suerte de llegar a ser un adulto y tener a sus padres cerca, viene la experiencia de acompañarlos en sus últimas etapas de decadencia física y mental. De eso también se aprende, si uno se presta a la situación. Hay gente que teme tanto a la muerte que esquiva la responsabilidad de cuidar a los que ayudaron a traernos al mundo. El miedo es entendible, pero uno se priva de mucho amor y entendimiento si no acude al desafío de superarlo. Tampoco estará uno listo para aguantar su propia decadencia si ignora las de otros. La vida es un regalo, y la muerte solo una parte de ella. Hay que aprender a amarla, aprender de nuevo lo que nacimos sabiendo: que todas las vidas y muertes son hilos únicos de un gran telar. El aguante y el agradecimiento son las cualidades más nobles que tenemos los humanos y todas las criaturas con las que compartimos el planeta.


Son cuantiosos los cuentos que hablan de los primeros descubrimientos que hacen los niños con respecto a la transitoriedad de las cosas. Mi amigo Daniel recién me recordó una película genial que tiene que ver con la infancia y los primeros contactos que uno puede tener con la muerte y las crueldades de la vida.  Se llama «Jeux Interdits» («Juegos prohibidos»), una película francesa de 1952 dirigida por René Clément. Ocurre durante la invasión nazi de Francia en 1940. Una niña llamada ‘Paulette’ pierde sus padres y su perro durante un bombardeo alemán. Alguien tira el perro muerto a un río, pero la piba, que no quiere despedirse del animal, sigue al cadáver. La corriente lleva al perro y a ‘Paulette’ a un encuentro con un nene que se llama ‘Michel’. Después pasan muchas cosas en la película, buenas y malas. De lo más impactante es el cementerio secreto que estos niños construyen para enterrar al perro muerto y , luego, a todo tipo de animalitos. ‘Michel’ y ‘Paulette’ roban cruces y flores para decorar el sitio. Es un cuento verdaderamente hermoso, y a veces muy triste, que tiene que ver con la destrucción de la inocencia. Si no la viste, te la recomiendo.

Este es el «trailer» original de esa película:

http://www.youtube.com/watch?v=B_lbqHQk-lA

Sigo en EE.UU., últimos días de un road trip con la familia por el noroeste. Estuvimos en el parque nacional de los redwoods, esos árboles enormes que tienen miles de años. ¡Qué suerte poder ver eso, y pasear entre los gigantes! Estar en el medio de esos bosques silenciosos también aclara las cosas, lo pone a uno en su sitio. Somos un granito de polvo que el viento se lleva y la lluvia deshace. Duramos menos que un pedo en la mano, pero somos eternos cuando lo reconocemos.

Correspondencia entre Fabián Casas y Viggo Mortensen. Fuente:

http://www.sobrevueloscuervos.com/todos_bichos_13.html