
¿Cómo sería una comunicación impulsada desde la conciencia del poder que genera? ¿Cómo sería un intercambio de palabras entre quienes saben que están construyendo realidades con lo que dicen? Más allá de todas las creencias espirituales, la capacidad creadora de las palabras es tan grande, que si simplemente las escogiéramos con atención y respeto, nos daríamos la oportunidad de comprobar cuánto pueden cambiar nuestro entorno.
Al acercarse el cambio de año con su nuevos propósitos, sería interesante aceptar, siquiera como un juego, que el mensaje de San Juan de la Cruz está lleno de promesas, y experimentar si nos convienen. Probarlo nos traería, como mínimo, la alegría de las aventuras nuevas.
Se trataría entonces de dar posada a las palabras fecundadas en la coherencia; de dar curso a la comunicación honesta y constructiva, y generada desde el respeto y la delicadeza de saber que su capacidad es todopoderosa. La comunicación así sería sagrada sin que lo verificara ninguna religión. Y recuperaría la dignidad que le corresponde por derecho. Y el comienzo del Evangelio de San Juan (“En el principio existía la palabra (…) y la palabra era Dios…”) podría ser comprendido desde la experiencia más mundana e incuestionable que cabe imaginar. Sin tener que comulgar con nada.
Las palabras son el puente que podemos tender a nuestros sueños para que lleguen a ser acción; son el vehículo que convierte la potencia en acto, y que hace que “habite entre nosotros” lo que queramos; son una parte de la Creación que está por completar y que nos es dada gratis, como el instinto de conservación, la luz del sol o la capacidad de amar. A nuestro servicio, sin más. Tan de siempre y para siempre que ni la vemos. Un regalo tan incondicionalmente entregado que apenas lo apreciamos.
El verbo se abre a nuestra intención para ser completado; se deja a sí mismo una parte en silencio para que le imprimamos sentido verdadero; para ser preñado de la chispa, que lo hace infinitamente capaz… Llenar de significado las palabras es llenar de significado nuestra vida.
La posibilidad de reverberar a través de tantos canales es hoy una evidencia de cuánto escapa a nuestro control cualquier mensaje que lancemos al mundo. Lo único que podemos es escoger con cuidado qué queremos aportar a ese universo de capacidad expansiva propia de la energía atómica.
Y, cómo no, toda esa capacidad está llamada a ser la excusa ideal para abrir nuestra comunicación a un impulso responsablemente creador, y que nuestros propósitos al cambiar de año sean expresión y reconocimiento del latido perfecto que mueve nuestra vida.
Lola Bastos
La Redacción
Fundación Ananta