Alegato en favor de la rehabilitación de quienes cometen crímenes
25-Febrero-2009
Las zodiac ya no saben hacia dónde poner proa, a los perros se les agota el olfato…, mientras que muy probablemente ella, la verdadera Marta del Castillo, no sus huesos, no su carne, no su envoltorio en la Tierra, transite al otro lado del velo, por un paisaje de gloria. Al ánimo poco edificante de revancha, se suma un afán de búsqueda ya poco comprensible. Mientras clamores de prisión de por vida inundan las calles de Madrid, mientras se peina el Guadalquivir una y otra vez, Marta seguramente se instala en otra realidad libre de emociones tan desbordadas.
Decenas de guardias civiles y policías llevan doce días buscando en el río un cuerpo inerte, una cáscara sin alma, por la que no pueden hacer absolutamente nada. Un poco más al sur, al otro lado del estrecho hay millones de cuerpos vivos y con alma, muriéndose de hambre por los que se puede hacer absolutamente todo.
No hay bárbaro que no se salve por el amor, ni barbaridad que no se supere con la compasión. Ante siniestros sucesos como el del asesinato ensañado de la joven Marta del Castillo, las sociedades dan su talla. El bajo nivel del “ojo por ojo” evidencia un triste fracaso humano. A ningún lugar lleva tampoco el “pido para que cada uno de los días en prisión sea un infierno para ellos” a propósito del homicida y sus ayudantes, por muy destrozada que esté la madre a causa de la muerte violenta de su hija. A ningún lugar lleva el hacer de las cárceles pudrideros de por vida, tal como se solicitaba en la manifestación de Madrid, tal como han pedido los padres de Marta del Castillo al presidente Zapatero. A ningún lugar lleva el castigo prolongado sin condiciones, medios, ni voluntad de rehabilitación.
El progreso humano es una evolución en valores entre los que brilla con particular importancia el del perdón. No es aventurado afirmar que los individuos y las sociedades se desarrollan a medida que aprenden a perdonar. El perdón no tiene nada que ver con el “todo vale”. El perdón puede y debe ser exigente, que no cruel, ante el victimario. El perdón es reto titánico de amor, ausencia de odio; corazón y mente puestos en lo mejor para quien ha cometido delito, por atroz que éste haya sido. Nadie es irrecuperable. El perdón es la fe puesta en que todo ser humano es susceptible de arrepentimiento y mejora; fe en que, en una u otra medida, Dios o algo grande y superior, el nombre es lo de menos, mora en lo profundo del ser.
El perdón no es transigir, es firmeza ante el oprobio, la barbarie, la opresión; fortaleza ante el hecho delictivo deleznable, al tiempo que compasión para con quien lo comete. El perdón es conciencia de que estamos en camino, de que si nos esforzamos, mañana podemos no caer en el lamentable agujero de hoy.
Conscientes de nuestras pobredumbres y limitaciones, el perdón es un puente hacia lo más bello que nos habita. Para perdonar al otro, hemos de ser capaces primero de perdonarnos a nosotros mismos. ¿Quién no se asomó siquiera por un instante en su vida a sus propios y abismales pensamientos? ¿Quién no hubiera pedido piedad de llegar a manifestarse esa bestia que, en mayor o menor medida, también en todos habita? La piedad que quisiéramos para nosotros, otorguémosla al prójimo, al joven casi adolescente crecido en una barriada sevillana pobre y en un ambiente de seguro desarmonioso. ¿O es que esta sociedad hipócrita que vende violencia a todas horas y por todos los canales de televisión, no tiene parte en las crueles puñaladas asestadas al cuerpo de la joven Marta?
¡Basta ya de tanta hipocresía! Ninguna sociedad que realmente educara a sus hijos en los valores de la paz , la armonía y la solidaridad, se vería en la necesidad de contemplar tan horrible asesinato. Ninguna sociedad sin tanto crimen en las pantallas de la televisión, de las “play-station”, de los ordenadores…, se vería en la necesidad de visualizar en sus hogares, en sus calles este género de fatales escenas. Menos gritos sobre los autores de la muerte de Marta y más compromiso serio en edificar un mañana sin violencia, definitivamente diferente; menos clamor de venganza y más construcción de entornos saludables donde l@s jóvenes puedan apreciar principios de sincero compañerismo, de genuina belleza, de auténtico amor…
¿Para qué seguir el rastreo de un cuerpo inerte? Vayamos a la búsqueda de una sociedad más madura, más capacitada para testimoniar valores, para dar norte y esperanza a sus jóvenes. No bajo las aguas, a la luz del día y en los asfaltos más olvidados está la urgencia. No a la cadena perpetua, sí a la cadena de la vida, vida que cae y se desmorona, pero remonta y se vuelve a erguir, consciente ya de sus errores, de su pasado a veces tan desafortunado.
Es el poema del sufí Jalaluddin Rumi el que alcanza mi corazón: “Ven, ven quien quiera que seas aunque te hayas caído una y mil veces. Ven, ven de nuevo. Ia mevlana, ruh allah (El Maestro siempre está) La illaha il allah (No hay nada sino Dios)”, no el clamor en favor de la cadena perpetua el pasado sábado por las avenidas de la capital.
Koldo Aldai
Fundación Ananta