Cuando abro el tragaluz de esta ventana el aire es templado, pero refrescante. Se escucha el murmullo de los mensajes que llegan sin parar, con sus avisos, con sus palabras llenas de cariño, con sus desnudos de alma. Me gusta acariciar la multitud de promesas que se destilan en unos y otros con optimismo y alegría y me escondo en su anonimato para imaginar hermosas historias llenas de sentido.

Si miro un poco más afuera hasta llegar al jardín, veo como la hierba, con las lluvias de estos días, empieza a magullar el entramado de tundra. Detrás, los árboles que suspiran aliviados y las primeras florecillas esmaltadas de mil colores. Las nubes, ahí fuera, dibujan contornos increíbles. Poco antes he quemado algunos maderos y hojarastra y mi ropa aún huele a chimenea.

Echo de menos la Tormenta, pero sigo en el silencio tragando saliva ante la soledad de volverme a reencontrar con mi plenitud dorada, con mi mesa que es mi palacio, con mi silla que es mi trono, con mi jardín cargado de duendes y elfos que son mi reino y mi gente.

Es domingo, son más de las siete y acaricia el espacio unos agradables veintitrés grados. El bosque está tranquilo y el horizonte bulle de hermosura. Mientras trabajo en mi mesa, en mi templo, miro por la ventana las nubes… Me gusta imaginarme colgado a ellas, balanceándome de una a otra mientras a base de saltitos viajo por todo el mundo. Desde arriba veo como los rayos de sol acarician los cortinajes de las ventanas, los tapices de terciopelo, los sillones con sus gentes, los átomos de polvo y los peldaños de las escaleras que separan estancias unas de otras.

A veces me dejo caer por uno de esos rayos y me cuelo en la vida de esas personas. Me siento invisible a su lado, contemplando sus angustias, sus alegrías. Desconozco los paisajes que me rodean, pero al verlos tan vivos me siento como en casa y les hago compañía. Y abrazo a unos y a otros hasta que el rayo me sujeta y me estira hacia arriba, atravesando el tragaluz o las ventanas y volando hacia otra parte. Hay tantos lugares, hay tanta gente a la que abrazar, hay tantos besos inocentes y desnudos que compartir. Y cuando llega la noche, entonces me imagino las estrellas erguidas en su cielo. Enciendo mi luz y viajo hasta ellas intentando vencer la gravedad con esa levedad que la fantasía nos ofrece. Y en el ensueño, empieza una nueva jornada, un nuevo viaje, un nuevo abrazo… Y todo comienza de nuevo, en esa lisa y luminosa otra vida, observando en la oscuridad cuantas almas solitarias existen y cuan necesaria es la compañía que desde las estrellas o los rayos de luz se puede dar de forma generosa, invisible, silenciosa…