Ayer fue un día de bonito encuentro con los niños y su maestra Belén.
En el colegio había alborozo, pues era el día del comienzo de las vacaciones. Las voces de los niños forman una sinfonía hermosa: uno cierra los ojos, sentado al sol, y escucha esas vocecitas, y piensa: “estoy en el paraíso”.
Los niños se dejan besar en la frente y cabecita, y escuchan con atención y los ojos muy abiertos a la pequeña historia.
“David y Verónica no están visibles, pero siguen vivos en otra forma, porque todos siempre siempre estamos vivos. Unas veces con brazos, piernas y cabeza, y otras veces en otra forma, donde todo es diferente y más fácil. Pero la vida es la misma y siempre continúa”.
Escuchan callados, con mucho silencio, los ojos muy abiertos.
“Ahora David esta en todas partes, en los árboles, en el amanecer, en el atardecer, en el aire que respiramos, en las plantas, en el río, en los animales, en nuestro corazón. Allá donde vayamos está él. Por eso tenéis que tratar a toda la Creación con mucho cariño y amor”.
Los niños tienen ojos preciosos, unos azules, otros marrones, otros negros. Son cariñosos y sus acentos cantarines y alegres se meten dentro.
“Y como está en todas partes, por eso siempre que queráis podéis hablarle, y cuando os sintáis solos o preocupados siempre estará a vuestro lado, y se pondrá siempre contento de escucharos y de que habléis con él”.
La clase es luminosa, y está llena de detalles. La maestra Belén ha llenado este espacio de luz y propósito, y aquí hay alegría. Ha construido un pequeño templo lleno de vida y color.
María, la madre de David, ha hecho como todos los días la comida para los niños, y el director del Colegio, Tino, me invita al almuerzo. Comemos con Belén y Maria Luz y Teresa, las maestras, y con otros profesores. Apenas podemos hablar por el ruido del comedor pero, insisto, el sonido de los niños suena a bálsamo. Hoy el director se jubila, tras 22 años en el Colegio. Nos hemos conocido hace un ratito y nuestras miradas se cruzan ya con afecto.
En la despedida hacemos algunas fotos. María me entrega un sobre para Calcuta. La generosidad de las personas puede ser inmensa. Guardo ese sobre, que es como llegado del cielo. Dinero ahorrado con esfuerzo que se entrega generosamente para otros que lo necesitan más. ¿Cómo no creer en las personas?
La vida es hermosa, pensamos y también nos decimos al marchar. En los momentos de tristeza podemos pedir a Jesús que nos conforte. Siempre lo hará, si nuestro corazón es limpio. Así, nunca estamos solos. Y a los que dicen no creer en la gente les digo: “venid a ver a estas maestras en Vilallba, y creeréis”.
El cielo está lleno de estrellas. Una de ellas es David. De vez en cuando se le ve muy contento charlando con Jesús. También me gusta verlos en el horizonte caminando juntos en un día de sol, en el campo esplendoroso. Se hacen preciosa compañía mientras esperan a que lleguemos.
En el camino de regreso pienso en los regalos de la vida, como el del día de hoy. Son 530 kilómetros, todo recto y sin semáforos. Tan lejos, tan cerca. Me fijo sobre todo en los chopos, que se mecen al viento, como bailando y celebrando la tarde. Y allí, en el horizonte, siempre hay un puntito de luz.