Mañana tengo el privilegio de visitar a Rafael Conca, que con 95 años sigue trabajando desde su alma mandando pensamientos de luz y armonía al mundo circundante. En abril de 2006 Rafael tuvo la amabilidad de responder a unas preguntas que le hice, que recupero. Lola Bastos las transcribió desde la grabadora que llevé. He leído y pensado sobre la entrevista esta tarde y siento que merece ser compartida por las personas que no nos conocían en 2006 y que ahora visitan nuestra web, a las que aprovecho para agradecer su presencia, que es la que justifica este lugar de encuentro.

En esta entrevista Rafael habla de su muerte durante unos segundos en 1937, y de su convencimiento en la existencia del alma. Hablamos también de la ley del karma, de la reencarnación y del amor.

La coherencia de Rafael me inspira cada día. Rafael nos da aquí ciertas claves que podrían cambiar la vida en la tierra en una generación. Lo que dice llena de certeza y esperanza. El mensaje, casi en mayúsculas, es: hay un nuevo paradigma al que debemos incorporarnos plenamente y sin reparos. Mañana, a mi vuelta, hablaremos más.

Joaquín Tamames

Conca: tenemos el Paraíso pero la ignorancia nos impide verlo

Elche (Alicante), 10 de abril de 2006

A sus 90 años, Rafael Conca exhibe la paz de quien lo ha conocido casi todo, incluida la muerte en primera persona, y la alegría de quien avanza sin parar porque sabe que la felicidad, el Paraíso, está «al lado». «Sólo la ignorancia nos impide verlo», asegura.

Con la vista muy malograda, Conca ve más allá. Sin duda. Lo da su biografía de hombre coherente y comprometido con la unión de la humanidad. Lo da la sabiduría de quien ha experimentado que la muerte es una transición hacia un estado de consciencia superior. Lo vivió cuando fue ametrallado en la Guerra Civil.

Por eso ofreció una charla sobre el tema después de perder a un hijo, quizá la experiencia más dolorosa por la que puede pasar un ser humano. Conca defiende con una templanza conmovedora la necesidad de que nos desapeguemos de la gente que muere, porque, de lo contrario, les hacemos sufrir y no les permitimos alcanzar su destino.

En esta entrevista con Fundación Ananta,  este estudioso de la Teosofía por los azares de la posguerra, cree que el Buen Samaritano está en todos nosotros aunque no siempre nos demos cuenta, y se muestra convencido de que Cristo volverá cuando estemos preparados.

JT: ¿Cuáles son los grandes males que acechan hoy al mundo?

Rafael Conca: El primero de los grandes males es el materialismo, que lo abarca todo, y luego está la ambición, la indiferencia, la ignorancia… un egoísmo que nos absorbe totalmente…

JT: Quisiera hacer un matiz sobre la ambición: ¿Se puede distinguir entre una ambición positiva y una ambición excesiva que pueda llevar a la agresividad?

RC: Me refería a la ambición de poder material, económico; la ambición espiritual es muy loable y deberíamos de tenerla todos.

JT: ¿Por qué en esta época de grandes recursos económicos, mayores que nunca en la historia, la gente no es más feliz? ¿A qué se debe esta discrepancia creciente entre los medios de los que disponemos y nuestra tranquilidad, nuestra serenidad interior?

RC: No somos felices muchas veces porque no queremos. A mí me preguntaron una vez qué es lo que deberíamos de hacer para ser felices y yo pedí que nos imagináramos una humanidad unida, en donde no cabe la agresividad ni la violencia, en donde todos trabajamos para todos, que lo compartimos todo en unión total. Me respondieron: “hombre, eso sería el Paraíso”. El paraíso lo tenemos al lado, lo que pasa es que nuestra ignorancia no nos lo permite ver.  Somos ambiciosos en el peor sentido y queremos que nuestro criterio siempre sea el prevaleciente. No nos esperamos a que otros expresen su opinión porque no nos interesa.

Hay terrorismo porque los terroristas están engañados y no son conscientes de que ellos son parte de lo que están destruyendo. Cuando lleguen a comprender eso no habrá terrorismo porque el amor es lo que tiene que prevalecer sobre todo el resto de los aspectos. Ahora, hay ambiciones económicas y personales, que nos llevan a la violencia porque nos desasosiegan y nos quitan la paz. .

JT: Pensadores como Aïvanhov dicen que el Reino de Dios no se debe buscar más allá de la Tierra sino que nuestra obligación es repetir abajo lo que ya es arriba. ¿Tú eres optimista sobre el progreso con arreglo a un Plan? ¿Vamos hacia delante o hacia atrás?

RC: Indiscutiblemente, vamos adelante. Si tú comparas la situación actual con la que hace 2.000 años tuvo que enfrentar Cristo, ves la diferencia tan tremenda. Si vuelve Cristo -creo que yo no lo veré pero estoy convencido de que va a volver- encontrará una humanidad totalmente distinta. Porque hay un proceso irreversible que todos conocemos pero que nadie se percata,  es el aspecto evolutivo que experimenta cada ser humano, y toda la humanidad.

Esto nos tiene que llevar, a la corta o a la larga, a lo que siempre he soñado: a una humanidad unida.

JT: ¿Qué tiene que darse para que Cristo vuelva a la Tierra, para indicarnos otra vez el camino? ¿Qué podemos hacer nosotros para propiciar que esa venida sea antes?

RC: Si Cristo vino entonces, ahora puede volver y encontraría una humanidad mucho más preparada. Todos internamente sentimos el ansia, el anhelo muy fuerte, dentro de nosotros, de ser totalmente trabajadores para todos. Que todos nos preocupemos de todos. Que todos nos ayudemos a todos. Todo eso cada uno lo lleva en sí. El Buen Samaritano está en todos nosotros y surge espontáneamente, aunque a veces no tenemos el cauce adecuado para que salga.

JT: Me gustaría que comentaras qué se espera de nosotros, con nuestras limitaciones y nuestros problemas, para ayudar a Cristo a que vuelva a la Tierra a pegarnos un empujón a cada uno de nosotros.

RC: La única fórmula que tenemos es el amor. Sin amor, se pueden dar soluciones, pero no un arreglo definitivo a los problemas. Creo que Cristo esperará a que el nivel de amor de la humanidad crezca un poco, que desaparezcan los aspectos agresivos y el ambiente sea propicio para su mensaje.  Lo siento internamente y pienso que nos hace falta. En los Evangelios dijo “estaré con vosotros hasta el final de la era”. Se refiere a una era astrológica, y las influencias del signo entrante son de mucha potencia y muy positivas para quienes respondan adecuadamente.

JT: Si pudieras, por decreto-ley, ¿Cuáles serían las grandes reformas que propondrías? ¿Qué eliminarías?

RC: El egoísmo y la ignorancia. Si pudiera, eliminaría la indiferencia entre los distintos estamentos. Pero entiendo que sólo es eficaz cuando lo vive cada uno.  Ahora, por ejemplo quieren evitar que se fume y lo conseguirán por la fuerza de la ley, pero no por el convencimiento ni la comprensión de esa ley. Y para eliminar el egoísmo se necesitarán muchísimos años, muchas vidas.

JT: Hay un factor altamente desestabilizador: las armas. Te dejo como propuesta prohibir que se fabriquen.

RC: Si no se pueden hacer armas y no quitas del corazón y de la mente la idea de la muerte…

JT: … Los niños se inventarían nuevas armas, estoy de acuerdo…pero sería muy interesante quitar las armas. Pensar en una educación en que no exista el concepto de arma.

RC: La Educación es lo básico porque las nuevas generaciones tienen que preparar el retorno de Cristo. Lo adecuado sería preparar a los jóvenes para su lucha con la vida y, al mismo tiempo, una serie de aspectos espirituales; que crecieran con la idea de que somos hermanos.

Por ejemplo, yo percibo la agresividad de la gente cuando me tropiezo con ella sin querer –me ocurre con frecuencia porque estoy bastante ciego-, y estoy preparado para decirle: “perdón, caballero, no he tenido yo intención de molestarlo, comprendo su enfado, discúlpeme”, y a esa persona le quito así toda la virulencia que pueda tener su agresividad.  Los niños deberían percibir estas cosas desde la cuna.

Es decir que si todos empezamos por decir que las cosas pueden ir mejor y que para eso hemos de cambiar de actitud;  y si somos capaces de trasmitirlo a los niños, cuando crezcan tendrán una amplia reserva de enseñanzas prácticas para ser mejores y vivir en paz con los demás.

JT: La educación es clave porque podría cambiar a la humanidad en dos o tres generaciones. El problema es que estamos educando a los niños con los mismos patrones de la sociedad que vivimos nosotros: competitividad, agresividad, logro personal…

RC: A situaciones nuevas, estamos dando soluciones viejas; y eso es una especie de rueda de noria que gira sin llegar a ninguna parte. El capitalismo que no quiere compartir, o la actitud de no ceder por creernos en posesión de la verdad, crean los problemas. Habremos conseguido una gran cosa si les enseñamos a comprender que con eso no van a ninguna parte.

JT: ¿En qué ves reflejado el cambio de conciencia desde los años cuarenta?

RC: Esos años en España, la humanidad tuvo una experiencia totalmente aleccionadora de amargura y sufrimiento. Si no hubiera habido dentro de cada ser humano la visión de que lo que se estaba haciendo no era lo correcto y que a través de eso nacería el inicio de un perdón, la transición española no se hubiera efectuado.  Pudo hacerse porque todos queríamos empezar una nueva  era de diálogo y de libertad.

JT: Me gustaría que contaras tu experiencia con la muerte, cuando fuiste ametrallado en la Guerra Civil, en el año 36, en tu condición de soldado republicano.

RC: Esta experiencia es la que me ha hecho cambiar porque yo entonces era totalmente agnóstico; lo espiritual no me decía nada. Y cuando fui herido noté cosas que para mí eran raras. Primero sentí como una especie de impacto que me elevó por los aires sin sufrir, sin sufrimiento en ninguna parte. Luego sentí una especie de “paf”, como el ruido de un tomate maduro al caer en tierra. Y yo entonces dije para mí con toda tranquilidad: “ya me han herido”. Luego vinieron unos amigos, compañeros de trincheras y dijeron: “che, Conca está muerto, está muerto”.

Yo pensé: “pero cómo voy a estar muerto, si lo estoy oyendo”. Luego, al poco tiempo, sentí una especie de ronquido y me dije para mí: “ya estoy empezando a respirar” y me vino el dolor y empecé a chillar. Es decir que la muerte es indolora totalmente. Eso lo puedo yo garantizar. Uno puede morir de un accidente tremendo y quedar descuartizado y no sentir en absoluto ningún dolor, porque el Alma tiene sus mecanismos de defensa y el Ser no sufre. Yo por lo menos no he sufrido, y mira que tenía quince heridas, y por todas ellas me salía la sangre. O sea que, si no me cogen en aquel entonces, quizá me hubiera desangrado.

Pero hasta que no me vino el dolor de cabeza y empecé a chillar, no recobré la conciencia vigilia. En la otra conciencia yo estaba totalmente tranquilo. Cuando me ofrecieron la primera cura y me evacuaron en el camión, había una avioneta que era el terror de todos porque ametrallaba la carretera. Entonces, el camión paraba y todos se iban; los que podían, yo no podía; yo me quedaba en el camión y sentía el ruido de las balas, el sableteo ese que producían las balas en la carretera, pero con una paz y un sosiego tremendo. Yo no tenía ni ganas de huir ni ganas de morir, yo estaba fuera de todo eso. Y lo estaba viviendo como si fuera un espectador, como si fuera una película. Y no sentía en absoluto ningún temor. Eso a mí me ha hecho reflexionar mucho hasta llegar a donde he llegado. Hasta que yo no recobré la conciencia del dolor, yo estaba totalmente ajeno a la tragedia que estaba viviendo, si es que a eso se le puede llamar tragedia.  Cuando me vino el dolor, mi comentario interior fue “madre mía, yo este dolor no lo quiero ni para Queipo de Llano”.

JT: Es muy importante todo esto en relación con la reencarnación. ¿Cuándo empezaste a ser consciente de la reencarnación?

RC: Yo asumí totalmente la reencarnación  en la época de la posguerra, cuando me escondí en una masía propiedad de la Sociedad Teosófica, de la que mi padre era el administrador.  Él tuvo que exiliarse porque era socialista, masón y espiritista. Yo, que era socialista, me escondí allí por indicación de mi madre y, siendo agnóstico, encontré mucha literatura teosófica, de la que pude extraer aquéllo que yo pude relacionar con mi experiencia de cambio de conciencia entre el momento en que me hirieron y el momento actual.

Allí asumí totalmente la realidad de la reencarnación. Y eso es lo que me ha explicado también por qué yo no tenía miedo, por qué yo vivía en esa paz cuando me hirieron. Eso también incidió en mi modo de vivir la muerte de mi hijo, que mi esposa no podía asumir, y aquéllo me empujó a dar una charla.

JT: Cuéntanos aquella charla sobre la muerte

RC: Hablé sobre lo que para mí significaba la muerte, también a través de lo que había leído en libros de teosofía y del maestro Tibetano. Expliqué que es algo que ha preocupado a la humanidad desde hace centenares de siglos. Para muchos, es un acabose total, tienen miedo de morir porque no saben si después habrá algo más. Y ese miedo te hace rechazar de plano toda la teoría que se ha fabricado sobre la reencarnación. Expliqué que la muerte es algo que estamos practicando constantemente: yo me moría y volvía porque necesitaba más; el alma es la que me daba el impulso de renacer. Defendí que deberíamos de estar más abiertos a estas teorías, y ver qué nos podían traer de bueno o de malo. Mi dirección era clara y concisa y pude explicar a mi mujer que nuestro hijo no estaba en la ejecución que ella creía; que lo que pasaba con ella era que estaba muy apegada a su hijo, y que eso era lo que le hacía sufrir, y no la muerte en sí. Ella no lo entendía y me llamaba “mal padre” llevada por su desesperación, hasta que poco a poco se fue tranquilizando.

JT: ¿Cómo sería el mundo si todos creyéramos en la reencarnación?

RC: La gran consecuencia de la reencarnación sería perder el miedo a la muerte.   No es que exista otra vida, lo que existe es una continuación de la vida; la conciencia está en un momento determinado activa en el plano físico y, cuando uno se muere, sigue estando activa en otro plano, en otro nivel, sin rompimiento de una a otra. El que es consciente, en la otra vida continúa su trabajo de ayuda, y el que no, continúa su rutina de vida.

JT: Para nuestra alma, la muerte es una liberación porque te vuelves a encontrar con tu ser primordial, con tu espíritu. ¿Qué podemos recomendar a la gente en duelo que, por su tradición católica no entiende la reencarnación?

RC: Yo les recuerdo que si sufren, hacen sufrir al que se va, porque el que se ha ido conserva todas sus facultades, lo que pasa es que tú no lo oyes ni lo ves porque no has despertado en ti todavía los sentidos astrales, los sentidos ocultos que te pondrían en relación con él, pero llegará el momento que sea posible. Una cosa puedes tener bien cierta: que si tanto quieres al que se ha ido, deja de sufrir, y deja de pensar en él,  déjale que  se vaya libre, porque mientras tú sufras, estará pendiente de ti y estarás poniéndole obstáculos. Y eso no es bueno ni para el alma ni, mucho menos, para ti.

JT: Hablemos de la meditación y de la oración como actividad de servicio.

RC: La meditación, para mí, además de mi elevación espiritual, es una forma de fomentar internamente el amor a los demás, de fomentar internamente también el anhelo de servir a los demás sin esperar, pedir, ni recibir nada a cambio. Cuando uno medita, rompe todas las fronteras y se sitúa en un plano en donde todo es energía. Yo, por ejemplo, intento abstraerme de todo lo que me rodea, me centro en el pensamiento que tengo que desarrollar y eso me lleva a un estado de conciencia distinto al que tenía cuando empecé a meditar.

Internamente yo siento más amor y más paz. Y proyecto también pensamientos de amor a todo lo que me rodea y a toda la humanidad en la que yo estoy incluido. Y al mismo tiempo imagino positivamente situaciones de paz, por ejemplo, una humanidad unida. Yo imagino a las Naciones Unidas, que celebren una cumbre en el momento en que ya el amor ha encontrado eco en los seres humanos, en donde cada nación expresa sus  necesidades y su voluntad de ser uno solo con los demás. Cuando eso se llegue a conseguir, no habrá guerras.  Cuando se pueda celebrar esa cumbre, con seres humanos con un aceptable nivel de amor, se llegará al acuerdo de pasar página a los resentimientos, y todos pondremos al servicio de todos toda nuestra producción.

JT: Hablas de un planteamiento muy hermoso, sin “mío” ni “tuyo”, es el comunismo en su raíz más pura.  ¿Cómo podemos romper esa esclavitud que constituye el amor por el dinero?

RC: Creo que la raíz de muchos problemas es el amor al dinero y el amor a la vida material, a la vida física. Cuando ese amor se rompa o desaparezca, la convivencia será una realidad. Cuando se ama al dinero y se retiene para uno lo que se recibe,  viene el conflicto. Pero si yo recibo y al mismo tiempo doy una parte igual a la que recibo, se está creando un intercambio que hace que lo tuyo y lo mío no exista ya. Eso es lo que decías tú de los comunistas. La sociedad no ha digerido aún el comunismo, que es el dar y servir a los demás sin esperar nada a cambio.

JT: ¿Qué recomendaciones podemos hacer a los jóvenes?

RC: Uno de mis nietos, cuando tenía cuatro años,  le preguntó a su padre cómo se podía construir la paz, y su padre me lo mandó a mí. Yo le dije que no riñera nunca con sus amigos, y que evitara el enfrentamiento, que si él no pegaba a nadie ayudaba a construir la paz. Si ese niño de forma espontánea hizo esa pregunta, cuántos otros niños habrá que quizá tengan ese mismo nivel evolutivo y piensen en lo mismo, en cómo vamos a construir la paz. Se construye no riñendo ni ambicionando lo que los demás tienen.

JT: Como conclusión diría que fuiste muy afortunado de ser ametrallado en el año 36…

RC: Sí, gracias a eso he llegado a donde estoy. Es más, fíjate, otra cosa: cuando estaba oculto, escondido, porque venían por mí en la posguerra y tropecé con estos libros, yo hice internamente la petición de que me vinieran todas las calamidades durante la vida activa, pero que tuviera una vejez tranquila. Ha sido así: he tenido una vida borrascosa en el mejor sentido del término, por lo que he tenido que trabajar, incluso noventa horas a la semana, para poder comprar un kilo de harina y medio litro de aceite, y ahora, en la vejez estoy, en comparación con aquello, nadando en la abundancia.