Hoy más nunca, en la era de tanta luz, de tanta claridad en tantas pantallas, comenzar a saber quiénes somos en realidad, cuáles son nuestros cuerpos, cuáles son las estadías del alma, una vez abandona el vehículo físico. Hoy más nunca descubrir, cómo se burla esa autopista fatal, cómo dónde y cuándo acontece el reencuentro con los seres queridos. Hoy no queremos poesía, menos aún religión. Queremos ciencia con mayúsculas, ciencia en pantalla grande, ciencia burlando la niebla más cerrada, ciencia paralizando esa rabia terrible, ese reguero de lágrimas gratuitas, ese dolor a veces tan cercano, tan grande.
Ceda más pronto que tarde esta impotencia de no poder compartir lo más vital, lo más esencial, la buena nueva más urgente de que la vida jamás se acaba. ¿Y si sin la más mínima concesión a la personalidad pretenciosa, pudiéramos contagiar nuestra fe en esa canción, en ese amor, en esa aurora…, que nunca, nunca se acaban? ¿Y si sin la más mínima concesión al orgullo místico, pudiéramos ahuyentar el fatalismo de la mente de los seres más queridos…?
No, hoy ninguna licencia a la literatura. Hoy queremos focos, todos los watios arrojados sobre esa mentira tremenda que llaman muerte, sobre la verdad tan interesadamente escondida. Hoy queremos gráficos, animaciones, pruebas, taquígrafos… para desentrañar tamaña falsedad. Porque ningún accidente, en ninguna veloz autopista, por brutal que se asemeje, puede quebrar el amor verdadero, puede siquiera lograr rozar las alas del alma. Continúa en el más allá, la cordillera de las cumbres nevadas, y esos ojos tan queridos puedan divisar más pronto que tarde su brillo resplandeciente, su fulgor eterno. Viven los tres montañeros donostiarras, se deslizan ya sobre una nieve que nunca se derrite. Que este susurro sea Su canto en tantas almohadas. Ésa es hoy mi sentida oración, mi clamor ferviente.
Koldo Aldai, 8 octubre 2013