No hubo ninguna  amable  azafata que le sonriera los buenos días. No le dieron toallita perfumada, ni caramelos de menta, ni le llevaron ningún pollo con verduras a la hora del almuerzo. No tuvo almohada, ni derecho a baño, ni a dibujos animados en la pantalla del asiento delantero. No, tampoco hubo opción al más breve sueño que le hubiera precipitado en caída de 20.000 metros.

El joven polizón cubano de 23 años, Adonis G. B., encontrado muerto el pasado miércoles en el aeropuerto de Barajas, escondido en el tren aterrizaje de un avión de Iberia procedente de La Habana, no traía consigo babuchas, ni billete, ni pasaporte, ni maleta, ni agua  mineral…, pero era un ser humano, era un hermano con todo el derecho a  hollar la tierra  entera, a viajar a sus anchas sin arriesgar la vida, a emprender unos días  nuevos en un lugar diferente.  

No es el primero hallado en condiciones similares. Quería  atravesar  el Atlántico, no  en el cómodo sillón de la  aeronave, sino abrazado a unas barras de hierro, quería volar miles de kilómetros y aterrizar en un mundo ancho y libre. El anhelo de libertad puede salir caro cuando es irrefrenable, cuando alguien osa retar esas alturas gélidas, esos océanos interminables.

Por los valientes  que  abrazan trenes de aterrizaje en su irrefrenable anhelo de volar. Por quienes nunca les fue permitido subir a un avión, soñar y pisar otras islas, otros asfaltos, otras arenas, bañarse en otros mares… Por un mundo en el que nadie tenga que abrazar trenes de aterrizaje, dejarse la vida a miles de metros de altura, en la soledad absoluta de un cielo infinito. Por un mundo que sea de todos y de nadie, donde no haya  fronteras, menos aún impedimento a traspasarlas.

En tanto que seres humanos aquí libres, somos llamados a expresar solidaridad con los que allí aún no lo son. Es bárbaro y abusivo anacronismo que en el siglo XXI la libertad de movimiento de muchos humanos sea aún arbitraria decisión de sus gobernantes. Dios nos ha creado absolutamente libres en medio de una tierra inmensa y libre.

No son líneas desde Miami, sino desde una geografía que se pretende pura de ideales y de sueños. La indispensable justicia social, la emancipación de los individuos comienza cuando éstos devienen dueños absolutos de sus vuelos, protagonistas de sus destinos. Que sepa el dictador que la muerte de ese nuevo polizón valiente pesa sobre su entera responsabilidad, que  absolutamente nadie le  dio el derecho  a prohibir el  libre  tránsito y despegue de los  ciudadanos. Que sepa el dictador que  no tiene ningún gobierno  sobre a dónde van o a dónde vienen los súbditos cubanos. Que sepan él y su hermano que es imposible  construir  socialismo sin libertad, tan imposible como atravesar el océano  en un tren de aterrizaje y no morir en el intento.

Koldo Aldai, 14 julio 2011